viernes, 9 de octubre de 2009

A la mañana siguiente

Súbita mañana que despiertas y sientes que la cama está de cabeza. De esas mañanas como pocas en que despiertas sin sueño. Solo abres los ojos y ahí está: ese techo blanco mirándote desde arriba y preguntándote qué demonios de tu vida.
Y eso te preguntas: qué demonios de mi vida. Al fin que ni querías. Y desechas ese pensamiento porque aún tienes esa sensación extraña de tener los pies en la cabecera y la cabeza en etcétera. ¿Por qué habrás dormido así? ¿Qué tienes de malo para no dormir como una persona cualquiera? Es que no eres una persona cualquiera. Eres una persona que le dan miedo las gotas de limón en la fruta de la mañana. Eres quien ríe por pisar un chicle. Y hasta te deprimen los chocolates derretidos en la guantera del coche.
Esta mañana de locos ni siquiera puede ponerte a pensar, tratándote de decirte algo. Que llegues conmigo para evitar lo demás. Que no quieres recordar lo que el espejo te dice a gritos. Que un doblez más puede romperte, una vuelta de tuerca, un paso más, un hielo opaco... de esos que se ponen blancos y no son transparentes. ¿Por qué siempre te toca por lo menos un hielo blanco?
Cosa de día que no quieres ni pensar. Mejor evitas todo y te concentras en nada. ¿Para qué preocuparte si no tiene solución?
Pero tu crees que sí, que puede haberla y te lanzas como un resorte a buscarla. Y te bañas con más alegría fingida que con alegría real. Te vistes, te peinas y al momento de ponerte ese perfume te creas una capa de protección invisible que solo es imaginaria. Porque al abrir la puerta, te sientes tan vulnerable como la víspera. Pero haces de tripa corazón y sigues adelante. Total, que los chicles en la suela no son un obstáculo.
Y pierdes toda conexión contigo. Y te evades como no deberías. Y haces que el mundo gire a tu alrededor pero sin tocarte. Como esos mostradores que dicen "no recargarse" y solo pones los antebrazos sin relajarlos totalmente. Casi suspendidos a cero centímetros del vidrio. Asegurando que no les pasará nada, pero no quieres averiguarlo. No por el vidrio, si no por el cristal, la bola de cristal que te está rodeando. Que te aleja de los demás.
Ese café ni siquiera sabe bien, pero dos de azúcar opacarán la sensación de tierra en los dientes. Y seguirás con tu camino.
Pero a la larga te derrotará, y regresarás peor a casa. Con el agotamiento de mantener el planeta a raya, sin que te toque. Y lo atribuirás al cansancio del trabajo. A la mala alimentación. Al mal dormir.
Claro, dormir. 
Y evitarás el pensarlo. Aún cuando ya estés sobre la cama, quitándote los zapatos y poniéndote la piyama. No querrás. Y no lo harás.
Hasta que sea el día de mañana y te despiertes de golpe. Con la sensación de que hay algo mal. Y que no vale la pena de preocuparse. ¿Para qué?