domingo, 31 de agosto de 2008

Fémina


Sintió la lluvia caer por su cuerpo, como corrían las gotas de agua, como jugueteaban con su piel, como viajaban por sus pliegues y sus curvas, como invadían cada rincón de su anatomía.
El agua fría le hacía cosquillas, le provocaba un efecto irrisorio y placentero.
Estaba bien donde se encontraba antes de la lluvia: dormidita, plácidamente recostada y calientita.
Pero esa lluvia, aparte de súbita, resultó un cambio agradable. Un cambio excitante. De hecho la lluvia le proporcionaba un placer diferente, nuevo, extraño.
Sentía que un hormigueo por todo el cuerpo llenaba cada rincón de su organismo y lo ponía a trabajar. En calor proveniente de lo más profundo de su ser comenzó a invadirla, comenzó a llenarla y a jugar con ella. Viajaba por todo su cuerpo, recorriendo cada centímetro de su ser. El calor placentero comenzó a anegarla, a llenarla totalmente, comenzó a invadirla a extremos inimaginables, tenía ganas de gritar, tenía ganas de estallar, y fue cuando el calor se volvió insoportable, indefinible, extenuante, orgásmico...
Cuando pudo gritar por fin, la semilla germinó instantáneamente, creció en segundos y la flor que de ella salió, fue hermosa, blanca, llena de sentimientos y cálida.
Extremadamente cálida.



18 de Julio de 2001.
México, D.F.

sábado, 23 de agosto de 2008

Donde el tiempo no existe


La distancia siempre no es la misma. Cómo se expande el tiempo y luego vuelve a su lugar, justo junto a ti. Cómo desearías ser alguien más, alguien conciente, alguien de veras cuerdo. Sin tantas trabas en tus manos, que te permitieran sentir esas textura de tu toalla de baño, los relieves de tu taza de tomar café, los nudos en tu edredón al apretarlos fuerte durante esos amores nocturnos de grillos intoxicados con aliento de cerveza.
Nunca existe el tiempo. No posees tiempo. ¿Y cómo hacerlo si ni siquiera tienes un reloj? Eres más sin eso que dices que quisieras en algún momento poseer. Te atas más de lo que alguna vez llegaste a imaginar. Imaginar, que buena palabra. Te describe en el contexto que alguna vez quisiste ser, pero que a la fecha, te alejas cada vez más de ese sueño. No tienes ni fuerzas ni ganas en tratar de recordarlo. Se perdió entre esas cajas de zapatos, entre los polvos con los que te cubres la cara, entre las noches solitarias del Nevermind en el estéreo. ¿Qué es la distancia cuando no sabes ni siquiera cuánto es lo que te has alejado de las noches de chocolate?
Pierdes tu tiempo que no tienes. Se te escapa de entre las manos como el cachorro de tus dorados once al cruzar la calle. Y así te sientes, fuera del planeta al saberlo perdido de entre toneladas de acero a cien kilómetros por hora. Y no quieres separarte de ese sentimiento, porque sabes que una vez perdido, nunca lo podrás tener otra vez contigo. Sentir el suave respirar sin pensar en el suave respirar. Eres tan frágil que ya no sabes a que no temerle. Ya eres para ti una amenaza.
No vuelves porque no sabes del tiempo. No sabes que alguna vez te fuiste de ti. Te pierdes en tus laberintos mentales y ya no sabes que estás ahí dentro. Esa esquina que tantos problemas te dio por no saber la salida, se ha convertido en ese magnífico refugio en el que eres feliz, en el que puedes ver al resto del planeta, en el que no tienes miedo de meter el pie en la piscina, en el que ni siquiera existe una piscina que pueda llegar a provocarte miedo.
Mirando hacia dentro. ¿Qué ves? ¿Qué me puedes mostrar que no me hayas mostrado ya? No existes en ti, no sientes con esa piel tan delgada y tan sabor a café nocturno de noches enteras. No caminas con tus piernas carentes de bronceado, parsimonia en Venus y destruye en Júpiter, dios de dioses. Donde tu niebla gris y picante no existe más, que te has ido a fundirte en una con la montaña de deseos, de anhelos y esperanzas. Donde tus estúpidos sentidos no forman parte de una realidad, donde ni siquiera quieres creer que el loop ya te alcanzó y pierdes más intentando que todo cuadre como te gusta, cuando tu eres esa bidimensionalidad de ese punto Möebius al que jamás has querido integrarte.
Millones de años luz pasando solo en domingo. Donde tu muerte era más dulce que mis manos decadentes y pútridas paseando por destellos de luz dorada con miras al profundo negro de tus sueños y esperanzas. La niebla de tu voz aderezada con mis campos dorados convertidos en ríos de fría nostalgia. ¿Sabes que la luna de queso nunca nos dejará escapar? Para eso, nunca el tiempo faltará.

6 de Diciembre de 2006.
México, D. F.

domingo, 17 de agosto de 2008

Perhaps a noise...



"Siendo la vida como es, uno sueña con vengarse"

Paul Gauguin

miércoles, 13 de agosto de 2008

Solsbury Hill (Hoy quiero caminar)


(cuento para leerse con la canción de Solsbury Hill, de Peter Gabriel)

Saliste un domingo a caminar y respiraste ese aire puro del que te habían vetado desde hace quincenas. Saliste y miraste de nuevo el sol, aquel sol que habías cambiado por unas paupérrimas lámparas de luz lechosa y azulada. Saliste a caminar y usaste las piernas que creíste no tener por sentirlas dormidas, aletargadas.
Caminaste libre y contenta. Con toda la sonrisa que te permitía ese aroma a pasto recién cortado. Hasta olvidaste tu aversión a caminar entre la gente y los perros callejeros. No olvidaste mirar a los dos lados de la calle, ni ver sobre el hombro para no dejar atrás a tu delirio de persecución.
Tus ojos miraron de frente, ya tanto, que te viste seis calles adelante, aún caminando y observando lo que la vida te ponía en el camino. Te observaste sacar un cigarro y encenderlo. Aspirar y dejar que el humo se te escapara de entre los labios. Te viste descansar en una banca del jardín cercano. Te viste sentar y cruzar la pierna imperturbablemente ante ese sol y ese viento que te revoloteaba los cabellos. Te viste mirar a la expectativa el resto del mundo. Cómo las cosas cambiaban ante tus ojos y una sin darse cuenta. Fumar despacio, mientras tu te acercabas cada vez más a ti. Las seis calles caminando ahora solo eran un suspiro y el cigarro se hacía cada vez más pequeño.
¿Cuándo llegarías contigo?
Pensaste que quizá no sería bueno, verte ahí, sentada y descansando de tu mundo ajetreado, de tus horas de trabajo y tus sinfines fines de semana. Te habías ganado ese descanso. Tu recompensa era ese cigarro que te había costado horas de ojos, horas de manos en agua fría, horas de estar parada, hasta horas de sueño.
Aspiraste fuertemente y el olor a pasto recién cortado te entró por cada poro de tu cuerpo. La última fumada de cigarro y te irías. Justo antes de que llegaras contigo a la banca del parque. ¿Te esperarías? ¿Dejarías que te vieras descansando ese día de asueto en que te habías dado espacio para caminar y lo último que querías era verte descansando, fumándote un cigarro en una banquita del parque, con tantas otras cosas que hacer, que comprar, que terminar?
No te ibas a dar ese gusto. Que te hicieras bolas tu sola. Tu ya habías descansado y estabas lista para emprender la marcha de nuevo. Arrojaste el cigarro, acomodaste tu bolsa en el hombro y emprendiste la marcha, justo segundos antes de que llegaras a la banca del parque y estuvieras en la disyuntiva de fumarte un cigarro y descansar un rato, o seguir caminando y hacer lo que tienes que hacer, terminar las cosas, comprar lo que te falta...

Xalapa de Enríquez, Veracruz.
29 de Abril de 2004.

domingo, 10 de agosto de 2008

Par de cigarros


El pasto creció más de lo que esperaba. Todo mi pie podía desaparecer debajo de esa alfombra verde, tan llena de grillos por las noches, como de humedad por las mañanas. Intenté podarlo con la máquina, pero ésta se trabó por tanto pasto y tardé más de media hora en destrabar la podadora. Si iba a descomponer la máquina, que fuera por quitarle el motor y tratar de ponérselo a una avalancha.
Pero no era el objetivo hablar de la podadora y un improvisado carro a gasolina de un cuarto de caballo de fuerza, si no de que el pasto había crecido mucho. No era por el fertilizante, la lluvia o mi excelente desempeño como jardinero. Que para que un jardinero haga crecer bastante el pasto, solo es cuestión de no querer podarlo para que crezca más aprisa. Eso, o dejar pasar el tiempo. Y no es que el tiempo se haya dejado pasar... si no que pasó mucho tiempo sin que uno quiera.
Me dijiste que fuiste por cigarros, pero nunca me dijiste hasta dónde irías por ellos. Hay una tienda a tres cuadras de aquí, pero tal vez no querías Marlboro o unos Delicados. La farmacia está más lejos, pero quizás tampoco querías Camel o Viceroy. Te habrás ido a Oaxaca o a Veracruz por unos Gratos. A España por unos Ducados. Te habrás ido al mismísimo infierno para robarle en sus barbas a Satanás un poco de ese aromático tabaco que seguro tiene para su pipa.
Saliste por la puerta de enfrente y no te volví a ver. Saliste tan campante como siempre, sin preocupaciones, sin siquiera amarrarte el pelo. Solo una playera ajustada y unos yins. Gritaste cuando casi se cerraba la puerta y estabas a unos metros más cerca de la esquina. Seguro yo aún estaba todavía dormido, preparando el desayuno o peleándome con las agujetas que en la noche anterior se hicieron nudo por la manía de quitarme los tenis sin desabrochar las agujetas. Cruzabas la calle cuando yo abría la llave del agua y me mojaba el pelo. Salías de la ciudad cuando yo buscaba en el fondo de mis bolsillos un poco de cambio para tomar un micro para ir a la escuela. Extendías el pulgar hacia arriba y el brazo hacia delante al ver pasar una camioneta roja exactamente cuando yo abría el libro de Genética en la página 175 y ver el capítulo 6. Llegabas al siguiente estado, lo cruzabas y continuabas más lejos aún cuando mi insomne persona estaba pensando en cientos de dudas, en miles de personas, en millones de metros o en millones de días, en que esos cigarros se convertirían en meses, y después en años. Y esos años se volverían personas que no hemos visto jamás.
Que después nos encontraríamos en algún antro, en algún bar, como siempre. Tu sonriendo eternamente, con la sangre bailando en tu interior y el cigarro sin fumar entre los dedos, una cerveza a la mitad en la mesa y escuchando sobre los 150 decibeles de la música alguna conversación trivial. De pie, casi a punto de salir corriendo a la pista para bailar lo que dura el resto de la noche, para sonreírle al alba como siempre te ha gustado hacer. Y yo, sentando en el rincón más oscuro del lugar. Con los ojos fijos en algún lugar entre un vaso vacío tirado a diez metros de mí, y las zapatillas negras de una chica con los ojos enrimelados y casi aburridos. Con más ceniza en mi pantalón que tabaco en mi cigarro, y cerca de mi décima cerveza entre pecho y espalda. Pensando en que estaría mejor en otro lado; que podría estar mejor sentado en la defensa de mi coche a veinte kilómetros de ahí, en alguna brecha que lleve a algún rancho perdido entre semana; que podría estar tomando sistemáticamente dosis de tequila medidas en latas de refresco, junto al buró de mi habitación y escuchando canciones a mucho menor volumen y con mucho mayor flujo de lágrimas; que podría estar a mil metros sobre el nivel de la ciudad, observando entre bizcos una de los quince millones de luces que forman la mancha urbana a esas horas de la madrugada. O simplemente, que podría estar caminando hacia ti, viéndote mientras me ves caminar hacia ti sin dejar de platicar, tratando de no sonreír tan obvio y sin perder el hilo de la conversación, desviando la mirada justo segundos antes de que yo llegue hasta ti y tenga que tocarte el hombro para que vuelvas a verme de nuevo, y tenga que gritarte un disculpa a voz en cuello para hacerme escuchar sobre la música del local, lo que hará que todos tus amigas volteen a verme divertidas, y tus amigos volteen a verme molestos, y yo me sienta un completo idiota, en parte por no haberme aguantado la cobardía y esperar a que me rechaces para beberme esas diez cervezas después y no hablar como si tuviera una lengua de kilo y medio; y en parte por tener seis pares de ojos clavados en mi cara esperando que haga el ridículo de pedirte que si quieres bailar conmigo, y obviamente querrán ver mi cara cuando digas que no, gracias, que tal vez otro día.
Pero ni el estar sentado en la defensa de mi coche a 20 kilómetros de ahí, ni el estar ebrio en mi cuarto escuchando canciones que solo me recuerdan a ti, ni estar en un cerro viendo de noche las luces de mi ciudad me podrían haber preparado para una negativa, para que me vieras de arriba a bajo y soltaras la risa mientras te volteas, para que les dijeras a tus amigos que te estoy molestando y que me sacaran a rastras del local después de una severa golpiza, para que me vaciaras la cerveza encima y sonrieras un perdón... pero mucho menos para que me dijeras que sí con una sonrisa, con esa sonrisa que te gusta presumir en todos lados y dejaras la cerveza medio terminar y caminaras rumbo a la pista, casi agarrándome de la mano para que a último momento me fuera a arrepentir y te dejara caminado sola. Y con tu sola presencia abrirás un hueco en la pista de baile ya saturada. Y casi no esperarás a que yo esté a tu lado para que comiences a bailar. Y bailarás como si no existiera otra cosa que hacer en este mundo, como si fuera la única cosa para lo que fuiste creada. Te moverás como no se mueven en las pistas de baile, como no se podrían jamás mover en una película. Bailarás con una música que viene de tu ser, de adentro de tus venas, de lo más profundo de tus huesos. Bailarás como jamás creí posible ver bailar a alguien. Y yo estaré con mi cara de estúpido viéndote bailar. Y será hasta que abras los ojos y me veas que me daré cuenta que estoy de pie, inmóvil frente a la chica que baila con más sentimiento en todo el lugar. Sonreirás de nuevo y yo reaccionaré, comenzaré a bailar torpemente hasta que agarre el ritmo de la canción. Bailaremos. Y los seis pares de ojos de tus amigos nos estarán viendo desde el piso de arriba, ellas sonriendo y sosteniendo su respectivo cigarro entre sus respectivos dedos. Y ellos serios, casi molestos, dejando entre trago y trago de cerveza el tiempo suficiente como para pasar el sorbo de cerveza que tienen en la boca. Y no solo serán seis pares de ojos, habrá otros pares más allá. Tal vez a alguien que le gustes y tenga la mitad de la noche viéndote desde el otro lado del bar, esperando a que sea el momento oportuno de ir a sacarte a bailar. Tal vez un exnovio que aún te recuerde, o tal vez otro que no te recuerda pero que siente esa molestia en la panza que le dice que no deberías estar bailando conmigo, o mejor dicho, que yo no debería estar bailando contigo, que él fue tu novio y que por ese simple hecho tiene el derecho, no, la obligación de decirte qué es lo mejor para ti. Y, claro, no es el bailar conmigo.
Pero ni tu ni yo somos adivinos. Tu estarás bailando y disfrutando de una noche fuera de casa. Y yo estaré bailando y disfrutando de una noche en la que por fin me siento como en casa.
Y el tiempo pasará casi sin sentirlo. Te veré sonreír mientras bailas, como mueves el pelo al compás de la música, cómo choco contra los de atrás y cómo me dan codazos los de los lados. Te siento en una burbuja de cristal en la que nadie te estorba para bailar, los empujas suavemente con tu simple movimiento. Y el sudor correrá por mi espalda y se perlará mi frente con pequeñas gotas. Y mis pies se cansarán de bailar y bailar, pero que no querré dejar de hacerlo. Y la madrugada llegará, haciendo que la música se haga cada vez más lenta, dejando atrás el estroboscopio y dando paso a las luces rojas y tenues. No sabré si tomarte de la cintura y continuar bailando como una pareja. Ante mi indecisión sonreirás y me dirás que ya te has cansado. Te acompañaré hasta tu mesa, para entregarte sana y salva a tus amigos. Te daré las gracias y me iré a mi rincón, a seguir tomando cerveza y a preguntarme que fue lo que falló, porqué no me rechazaste como estaba programado.
Pero no, jalarás mi camisa antes de que logre dar la media vuelta y me preguntarás por mi nombre. Acto reflejo te diré, y entonces, usando mi nombre, me preguntarás si no tengo un cigarro que te regale. Lo dirás sonriendo. Me quedaré pasmado y afortunadamente no se me caerá la baba de mi boca abierta porque estaré poco menos que deshidratado. Buscaré entre mis bolsillos y sacaré una cajetilla a medio terminar. Podría decirte que está medio llena, pero ambos sabremos que eso sería una mentira, además de que sería un comentario fuera de lugar. En vez de eso, solo abriré la cajetilla y te tendré un cigarro. Lo sacará y lo pondrás sobre tu boca. Me preguntaré como es posible que después de tantas horas, el labial aún esté tan brillante como recién puesto, seguro manchará la colilla del cigarro. Sacaré el encendedor y lo encenderás. Soltarás el humo y al final unos pequeños aros de humos, anillos blancos que flotarán un rato sobre la mesa. Me preguntarás si no me quiero sentar, y antes de que pueda decir que sí, ya me estarás presentando a tus amigos. Tus amigos saludarán por cortesía y conversaremos un poco. Cosas triviales. Tu sonreirás.
Hará frío afuera. Tomaré mi saco y lo pondré en tus hombros. Al momento de despedirnos me dirás que la pasaste muy bien. Te preguntaré si quieres que te lleve a tu casa. Dudarás unos momentos, mientras volteas alternativamente hacia tus amigos y hacia mí. Abrirás la boca varias veces para responder pero no dirás nada, hasta que viéndome, sonreirás y me dirás que sí.
Pero en el camino cambiarás de planes. Me dirás que tu casa está muy lejos y que no quieres que me regrese solo a mi casa, que me puede pasar algo, con tanto borracho loco que hay por las calles a estas horas. Te diré que no hay problema, que será un placer llevarte hasta tu casa. Dirás que no, que es muy peligroso, que mejor vayamos a mi casa y que ya mañana por la mañana se irá a su casa. ¿Segura? Claro. Pero sonarás indecisa. No, no indecisa, mas bien temerosa. A la expectativa. Daré la vuelta lentamente para que sea más fácil rectificar en caso de que lo pienses mejor y te decidas en contra. No habrá palabras. Tu sonrisa se desvanece.
En mi casa te ofreceré algo de tomar. Tus ojos me cerrarán la boca y me acercaré a ti despacio, como si no quisiera despertarte. De pie frente a mí, esperarás a que llegue hasta ti y te bese. Y te besaré como lo he deseado toda la noche. Como lo he deseado desde que te vi en la mesa del bar desde mi oscuro rincón. Te besaré como si fuera lo único que habría que hacer en el planeta, como si solo para eso hubiera sido hecho.
Mañana en la mañana no querré que te vayas. Te envolveré entre sábanas y risas. Te colmaré de piel y calor. No te querrás ir. No te iras. Ni ese día ni los que siguen. Seguirás ahí, conmigo por cigarros y cigarros. Hasta que se acaben los cigarros, y tengas que ir por más. Saldrás por la puerta y gritarás que vas por cigarros, pero gritarás casi cuando la puerta se esté cerrando y varios metros más cerca de la esquina.

21 de Febrero de 2006.
México, D.F.

domingo, 3 de agosto de 2008

Irodim

Dedicado a Vanessa

Era hermoso. Con su pelaje suave y colorido, café claro y unas franjas grises que lo hacían parecerse a un tigre en pequeño. Verónica lo amó desde el primer momento en que lo vio, cuando llegó en su cajita de cartón café, haciendo ruido, gruñendo y rascando la caja.
Su novio, sonriente de que le hubiera gustado el regalo, portó una sonrisa de oreja a oreja, orgulloso de su acierto. Pero se esfumó toda su alegría, cuando Verónica le cerró la puerta en las narices, ya que necesitaba tiempo y paciencia para alimentar al animalillo, hacerle un lugar apropiado para dormir, jugar con él, y todas esas atenciones. Mismas que no podría darle si él estaba ahí.
Inmediatamente lo bautizó. Irodim. Jamás supo por qué lo bautizó así. Esa palabra le rebotó en la cabeza desde que lo vio. En fin, el nombre era lo de menos, porque el pobre animalillo debía tener hambre. ¿Qué comería? Tal vez era carnívoro, por que cuando gruñía, mostraba unos colmillos poderosos y afilados. Dejó la cajita en la mesita de la sala y corrió a la cocina. Jamón, tocino y un cachito de pierna de pollo que su hermanito debió haber dejado de la comida, algunas horas atrás. Regresó y vio la cajita volcada, y ya sin el animalito.
¡Demonios! Ahora faltaba que se perdiera en la sala, apenas de que se lo habían regalado. Lo llamó "bishito, bishito". Reflexionó… no era un gato en miniatura, mas bien parecía un hámster con colmillos y garritas. ¿Cómo se les llama a los hámsters con colmillos y garritas? Puso un cachito de jamón, de tocino y de pollo en la alfombra; se preparó con la funda de una almohada y esperó pacientemente parada sobre la mesita de la sala. A los quince minutos no se había oído nada aún. "A lo mejor y ni tiene hambre". Pero justamente, como si le estuviera leyendo el pensamiento, se escuchó un ruido debajo del sillón más próximo a ella. Verónica se puso alerta y se acercó a la orilla de la mesita para brincar sobre él en cuanto lo viera.
Irodim asomó la cabecilla por debajo del sillón. Salió cautelosamente y bordeó la orilla del sillón hasta llegar a otro. Verónica se quedó asombrada al verlo caminar: se movía como una pequeña pantera al acecho de su presa, y su diminuta cola se mantenía rígida como palo. Irodim le sacaba la vuelta al alimento, y una vez que casi completó el círculo alrededor del jamón, se agazapó. Alzó la vista y dio un salto enorme para caer sobre la comida y devorarla con fruición. Verónica se quedó perpleja y tardó en reaccionar para atrapar al animalillo. Dio un brinco y cayó sobre él, con la funda cubriéndolo. El animalillo, asustado, comenzó a defenderse con sus garritas y antes de que Verónica pudiera depositarlo de nuevo en la cajita, ya había desecho la funda de la almohada. Consiguió una caja más grande y resistente para mudarlo y le dio el resto de la comida. Al parecer sí era carnívoro.
Verónica durmió con cierta aprensión esa noche, jamás pudo explicarse ese sentimiento.

En las noticias se hacía referencia al cruel asesinato de una muchacha en su propia casa. Se hacía mención de una pelea con su novio, problemas con pandillas del barrio, y un periódico hacía una suposición de un crimen satánico. En lo que sí concordaban todas las agencias informativas era en la saña y violencia con la que se había cometido en delito. La muchacha se había encontrado destrozada, con marcas de objetos punzocortantes por todo el cuerpo, y con porciones de su anatomía faltantes. Hasta parecía que la hubiera atacado un enorme tigre hambriento. Su nombre era Verónica.

31 de Agosto de 2002
¿Colima, Col?