domingo, 4 de marzo de 2012

Televisor

(Colaboración de Tonatiuh Álvarez etc)



Cuando tenía 8 o 9 años vi a mis padres mientras miraban la televisión, noté consternación y agravio en sus ojos, veían con tristeza como fanáticos del futbol se molían a golpes en las tribunas y en el ca
mpo del estadio. Veían con dolor como un deporte se convertía en catalizador de las emociones más negativas de los seres humanos. Me acerqué a ver el televisor y las imágenes me impactaron, personas sobre el campo peleando con oficiales de policía, quienes portaban enormes uniformes, escudos y macanas con las que "intentaban recuperar el orden". En mi infantil mente fui incapaz de concebir cómo se podría recuperar el orden a través de la violencia, fue un ilógico enorme que marcó mi vida para siempre pues entendí que la policía buscaba restaurar el orden mediante la violencia extrema.


Hasta ese momento había tenido una imagen impoluta de un oficial de policía, concibiéndolo como la representación máxima del altruismo al ceder su vida por el orden público; por supuesto que no había tal complejidad en mis palabras, simplemente ideas se agolpaban en mi mente, imágenes, formas, colores... una mente infantil intentando entender un golpe de realidad que llegaba con la velocidad de una bala. Súbitamente mi lógica idealización del universo había sido destruida con tales imágenes de violencia imparable, fuerzas opuestas intentando destrozarse, teniendo como pretexto un insípido encuentro deportivo.

Entendí que el futbol es un deporte que enciende pasiones, que obliga al desenfreno emocional; mientras te encuentres en un grupo de personas igualmente apasionados puedes permitir el goce de la intensidad, ya sea un buen pase, un jugador esquivando épicamente a dos contrincantes, el furor de un ansiado gol; es en ese punto cuando se desbordan las emociones como una marejada, la porra enloquece y saboreas el grito tanto de tus compañeros de localidad como del eco reverberante del coloso de cemento.-

El noticiero que mis padres veían no permitió que se perdiera la oportunidad de mostrar los momentos más relevantes del partido, grandes jugadas que tristemente no culminaron en la obtención de un gol pero le habían inyectado vigor a un partido ciertamente mediocre; sin embargo hubo algo que capturó mi atención, un sonido de fondo parecido a un coro; miles de voces agolpándose al mismo tiempo. Recuerdo que había escuchado algo similar pero más acompazado en una visita que hicimos los alumnos de mi escuela en un concierto de coros en el Conservatorio Nacional, pero esto se mostraba totalmente diferente, delicioso, invitador a la pasión, al delirio, al gusto de encontrarte en un grupo y vitorear cualquier idiotez que alguien actuara sobre el campo.

De inmediato las imágenes se agolparon en mi mente, me veía en las tribunas con muchos años más, cantando con un grupo de amigos desconocidos que alababan las proezas físicas de esos héroes deportivos medianos; no importaban los motivos de la pasión, lo genial era vivir esa pasión sin límites, coreando y vitoreando para finalmente enfrentarme a un oficial de policía que golpeaba a mis igualmente apasionados camaradas.
La perversidad de dicho pensamiento fue inaudita, como una roca cayendo desde 5 pisos arriba me golpeó en la frente la noción de mi gusto por la violencia; el erguirte frente a las figuras de autoridad y acabar con sus deseos de imponer el orden mediante la furia de tus puños y piernas. Gocé con la idea de golpear, patear, morder, hacer sangrar, incendiar; multicolores imágenes de ferocidad que transgreden lo establecido y provocan miedo, dolor y tristeza en otros.

Allí reconocí que era yo un apasionado de la violencia, quería destruir meramente por propósitos recreativos, sin remordimientos o tristezas, simplemente por el placer de ver arder algo bueno. Como niño aún no reconocía las implicaciones de esta pasión por la furia desbordada e inclemente pero algo dentro de mí despertó al ver esas imágenes y escuchar los coros invitando a la profanación. Reí desaforadamente de gusto, como si hubiese encontrado un regalo valiosísismo hace mucho tiempo perdido; mi madre me cuestionó con dureza y como buena ciudadana respetuosa de la legalidad, mi risa durante la emisión de imágenes tan dolorosas; no alcancé a articular palabra y acepté la reprimenda con abnegación pero ese júbilo por encontrarme en un sitio lleno de felicidad que constituía mi reciente descubrimiento no ha tenido igual en mi vida.

¡Amo la violencia!


18 de Diciembre de 2011
Irapuato, Guanajuato