domingo, 26 de abril de 2009

La corta vida



Como crisálida envuelta en grandes burbujas,
indefensa e inocente en su mundo diametral,
no comprende la gravedad del asunto
en el que se sumerge hasta el cuello.

El predador observa con gula y deseo,
saborea a la crisálida ingenua y dormida,
llega despacio, con dulce aroma que envuelve
y ella se deja atrapar por las garras de la muerte.

Cuántas desdichas traerá al pequeño universo
el ciclo de vida de estas criaturas,
que muertas ambas estarán al final del día
con el dulce sabor a victoria en los labios.

28 de Septiembre de 2000.
México, D.F.

domingo, 19 de abril de 2009

Perhaps a noise...



"With the lights out its less dangerous."

Kurt Donald Cobain

domingo, 12 de abril de 2009

Somos dioses



Tú y yo somos dioses; y como dioses, conocemos el fin del mundo y todos sus inicios. Sabemos las ciencias ocultas y los retazos que componen la humanidad. Tenemos toda la información de la existencia de las criaturas que poblan esta indómita tierra, y tenemos la idea de dónde terminarán, dónde perecerán. Conocemos nuestros poderes, conocemos nuestros alcances, y nuestras limitaciones. Somos dioses y tenemos el poder.
Pero ese es un poder que no sabemos usar aún. Es un poder que sabes puede llegar a estar fuera de nuestras manos y volverse en contra nuestra. Ese poder es casi inconcebible.
Somos dioses con poder; y como dioses con poder, tenemos en nuestras manos el futuro del hombre, tenemos la existencia en un hilo, sabemos que en nosotros está la decisión de un futuro incierto, complejo y desconocido, y solo el cielo azul (más allá de nuestro poder) nos podrá decir cómo encaminar nuestro terrible sufrimiento.
Somos dioses, y como tales, orgullosos. Sabemos que podemos, que tenemos al poder de autodestruirnos, de destruir dioses, de dignificar falsos ídolos y despoblar nuestra ínfima humanidad, la que aún nos queda en algún rincón del cuerpo.
Somos dioses, terribles y gigantescos. No sabemos que con cualquier movimiento podemos crear un vendaval, un terremoto, un huracán o un tifón. No controlamos nuestro poder. Aún no sabemos usarlo. Somos dioses, muy gigantescos para nuestra necesidad, pero pequeños para nuestro deseo.
Somos grotescos, mal formados y ciegos. Dioses terribles que pierden el control y solo agachan la cabeza cuando se sienten regañados por sí mismos. Cuando se dan cuenta de que pudo ser diferente, sólo diferente, diferente, y no mejor.
Somos dioses y parece que aún no estamos conscientes de ello. Parece que no sabemos que en nuestras manos tenemos toda una gama de colores y pinceles, todo un mundo de formas y luces para crear tantas cosas, que aún nuestra imaginación de dioses tardaría años en encontrar.
Somos dioses y creemos que no lo somos. Creemos que solo somos un par de seres humanos indefensos y débiles, esperando algo de la vida, algo que nosotros mismos podríamos crear, pero no tenemos el valor suficiente de hacer por temor a nuestro propio poder. Tenemos miedo de los dioses que somos, dioses de muertos, que nacimos de entre tumbas de algún extraño lugar. Y sin embargo, tu y yo somos dioses, y nada lo va a cambiar.

México, D.F.
Sin fecha (si alguien la tiene, le suplico me recuerde)

domingo, 5 de abril de 2009

Sangre de mi sangre



La navaja de afeitar recorrió sutilmente su muñeca. La sangre tardó un par de segundos en emerger de la herida. Sofía observó como esa tonalidad tan agresiva escurría por su antebrazo. La gota corrió hasta su codo y cayó en una explosión carmín. Sonrió.
Termina una era, pensó, ahora es cuando comienza a emerger la verdadera vida.
Tomó la cuchilla con la mano ensangrentada y cortó la otra muñeca. Esta vez el corte fue más profundo. El dolor viajó hasta su cara, a sus labios y a sus cejas. Pero no por eso dejó de cortar. La sangre manchó la navaja.
Por hoy está bien, dijo en voz alta. Una gota chocó contra su rodilla, tiñendo un punto rojo en su pantalón. Bajó los brazos para que la sangre fluyera rápidamente. Sus manos comenzaron a llenarse de sangre. Agarró la sangre, la palpó, sintió su calidez. Escurría entre sus dedos.
El suicidio comenzaba a parecerle graciosa. Algo divertido. Podría manchar el suelo del baño con sus cuatro litros de sangre si fuese necesario. El olvido de tomar sus pastillas y la hemofilia que padecía serían suficientes. No necesitaría de agua caliente.
Sentada en la taza, con las manos juntas y los codos en las rodillas esperaría hasta que el charco de sangre se transformara en un pequeño lago. No tenía prisa por morir.
Dejó su mente volar, comenzó a viajar sin salir del baño. Y cuando se dio cuenta, estaba tan lejos que no recordaba nada. Tenía la mente en blanco… y las manos rojas.
Pasó su lengua por una herida y se limpió momentáneamente. Después volvió a cubrirse con sangre. El sabor era incatalogable. Un poco dulzón, calificó. Luego se dio cuenta que todo ese olor llenaba el cuarto. No era un gran charco, pero continuaba creciendo. Comenzaba a tener sueño. No recordaba haber visto tanta sangre junta, excepto alguna vez en su periodo.
Cansada, se recostó en el suelo del baño. Extendió los brazos junto al charco hemático y se acurrucó. ¿Tardaría aún?, pensó. La mitad de su campo visual estaba en carmín. El resto era el blanco del mosaico del baño.
Paulatinamente el charco fue creciendo hasta llegar a su pantalón y su blusa blanca con las mangas recogidas. Las prendas absorbían la sangre con avidez, como queriendo recobrar la sangre y devolverla al cuerpo que arropaban. La sangre también alcanzó el cabello de Sofía, humedeciéndolo y apelmazándolo. Pero ella no se enteró. Había cerrado los ojos hacia media hora.

Fin intermedio.

La sangre continuó fluyendo desde sus muñecas. El charco rodeó totalmente el cuerpo de la chica. Las prendas dejaron de absorber sangre, como si supieran que su esfuerzo no valdría de nada. Pero el cabello continuó humedeciéndose con ese líquido vital.
Tal como ella lo había pensado, se formó un pequeño lago con su sangre. La sangre siguió fluyendo hasta que literalmente Sofía se secó. La sangre no alcanzó a llegar a la coladera del baño. Sofía prácticamente flotaba en su sangre.
Sus padres la encontraron cuatro horas después. La sangre seguía líquida. La señora que la preparó para su ataúd, se percató de que el pelo de Sofía había adquirido el rojo de la sangre y sus lavados no consiguieron eliminarlo. Y ahora el cuerpo pesaba la mitad.
En el velorio, siempre estuvo presente ese olor dulzón que caracteriza a la sangre. Lo mismo en el cuarto de baño, además de que los mosaicos y las lozas que fueron blancos, ahora ostentaban un apenas perceptible tono rosado.

Fin final.

31 de Octubre de 2002.
Colima, Col.