sábado, 27 de junio de 2009

Perhaps a noise...



“Estar vivo es un peligro; pensar, un pecado; comer, un milagro.”

Eduardo Hughes Galeano. 

lunes, 22 de junio de 2009

Goya



Se fue enredando más y más hasta que acabó con una 38 en las manos, detrás de una barricada de automóviles, debajo del circuito escolar, cerca de la Facultad de Química en C.U.
¿Cómo llegó hasta ese punto? Fueron cambios tan graduales que apenas en retrospectiva pudo darse cuenta.

El movimiento, al no tener los espacios que buscaba, al verse cercado y en constante peligro, sólo tenía dos opciones: atacar o morir.
Los líderes infiltrados del gobierno, por órdenes superiores, doblaron las manos en discursos terriblemente suicidas en asambleas tensas y presionadas. El movimiento había muerto. ¡Víva el movimiento estudiantil!
Pero nadie tomó en cuenta a aquellos que no tenían que entregar cuentas, facturas ni encabezados de periódicos a algún partido. Eran los únicos que no tenían nada que perder. Y fueron ellos los que utilizaron las manos, para atacar. Con todo y garras.
Ya estaban cansados por todas las que les habían hecho: impuestos elevados, corrupción, ineficiencia en los altos círculos políticos, espectaculares robos a la nación... decidieron cobrarlo peso por peso mientras pudieran. Por eso sus acciones fueron espectacularmente ridiculizadoras.
En 30 segundos, fueron rotos más de 300 mil pesos en cristales y espejos de la fachada de la Bolsa Mexicana de Valores, con canicas de 50 gramos. Fue tanto el ruido y el desconcierto que la BMV dejó de operar durante media hora. Testigos informaron que solo vieron un grupo de maratonistas correr por Reforma y veinte personas de traje subirse a un camión de la extinta ruta 100.
Con una terminal de computadora dentro de la Comisión Federal de Electricidad se lograron desconectar todos los semáforos del Distrito Federal desde las 10:00 hasta las 2:30 PM. El tránsito aún no se regularizaba a las 6 de la tarde.
Amanecieron cerca de 3,500 patos extras en el lago de Chapultepec. Rumores confiaban que fueron criados por alumnos de Veterinaria en la alberca olímpica y en los gigantescos depósitos de tratamiento de aguas en Ciudad Universitaria.
Hacia las 8:00 de la mañana, un reportero vial desde un helicóptero leyó una enorme consigna sobre el lomo de un convoy del metro. Fue retirado de la circulación. Para las 11 y media, no había vagón del metro que no tuviera una consigna del movimiento.
Una manta enorme con la cara de Zapata colgaba del techo de Rectoría. En el otro lado, el puma de la Universidad. Ambas efigies imperturbables, con los ojos fijos, observando el rumbo que tomaban las cosas.
Más de 2,500 patrullas sufrieron desperfectos en sus llantas en todo un día, mientras estaban los oficiales estacionados, levantando infracciones, desayunando, platicando con otros oficiales y/o cambiando manualmente los semáforos. Cerca de cuatro mil pivotes de llantas de las patrullas tuvieron que ser remplazados. Parecían haber sido cortados a navaja, informó la Dirección de Tránsito. Siete periódicos capitalinos dedicaron la gráfica de primera plana a algún uniformado cambiando la llanta de su patrulla.
Durante 30 minutos fueron interrumpidos por una interferencia no identificada todos los servicios y aparatos que funcionan con ondas de radio; desde los teléfonos celulares y bipers, hasta las radiodifusoras y televisoras, pasando por la banda civil y los radios de onda corta. En estos treinta minutos no hubo despegues ni aterrizajes en los aeropuertos de la zona centro del país; no hubo comunicación de ambulancias, camiones de bomberos, patrullas ni taxis desde sus respectivas bases; el Centro Nacional para la Prevención de Desastres no recibió señal desde los sismógrafos instalados en todo lo alto del Popocatépetl.
Los archivos de Teléfonos de México fueron saqueados. Se modificó el historial de todos los clientes dos días antes de expedir los recibos telefónicos. Fueron borradas todas las llamadas locales y de larga distancia de 5 millones de usuarios, principalmente de servicio casero. La empresa dejó de percibir cerca del 15% del ingreso respecto a un promedio de los 4 bimestres anteriores, dijo un portavoz de la empresa. Fuentes extraoficiales y cálculos estadísticos muestran un porcentaje de entre 39 y 52%
Y otras acciones de ese mismo tipo: nunca se descubría de quien era la mano que ejecutaba los delitos. Los pinches pumas (que así comenzó a nominarlos la gente cuando los estudiantes cambiaron el rojo y el negro por el azul y el oro) se adjudicaban las acciones, pero nunca había pruebas que los incriminaran.
Tampoco hubo pruebas de que ellos hubieron sido los que modificaron la configuración de los cajeros Red para que durante 3 días dieran 100 pesos de más en cualquier disposición en efectivo, sin que esto contara en el saldo del cliente.
Mucho menos de aquella transacción bancaria de 800 mil pesos (correspondiente al precio de tres ambulancias con equipo básico) de la Lotería Nacional a la cuenta de donativos de la Cruz Roja Mexicana con el nombre homónimo (¿anónimo?) de Justo Sierra.
Ni la vez que apareció un enorme tigre de Bengala en la estación Pino Suárez del metro a las 12:45 PM, para terror de todos los usuarios. La investigación posterior demostró que ningún policía de ninguna estación vio entrar al tigre. Ningún conductor vio subir o bajar al tigre de ningún vagón. Ningún usuario fue atacado y/o devorado por el tigre. Ningún cuidador vio salir al tigre de su jaula en el zoológico de Chapultepec. La última persona que lo vio el día anterior fue Don Julio, que limpió el pasillo frente a su jaula a las 10:15 PM. El examen médico del tigre una vez se hubo realizado la recaptura indicó que estaba indigesto por exceso de comida. Receta: dos alka–seltzer y a dormir.
O aquella vez, en la mañana del día en que se jugaba el clásico América–Guadalajara en el estadio Azteca, apareció escrito con gigantescos caracteres azules, la palabra “UNAM” a lo largo de todo el pasto de la cancha. Se lavó más de diez veces el pasto y al final se decidió que las cámaras que transmitirían el partido filmaran a nivel de cancha, pues las letras no se habían borrado. El partido terminó cero–cero.
Pero cuando comenzaron a aparecer por la madrugada rocas de 4 toneladas en las principales carreteras de acceso al D.F., el gobierno no esperó pruebas para meter la policía a C.U.
700 judiciales y catorce camiones de granaderos entraron rompiendo una barricada de palos, bancas, puertas y malla ciclónica con un bulldozer. Invadieron toda la Universidad, entraron a todas las escuelas, revisaron todos los salones, saquearon todos los archivos y las hemerotecas del movimiento, mearon en todos los rincones pero no encontraron a nadie. Se habló de 53 detenidos, que tuvieron que ser puestos en libertad una vez que comprobaron ser asistentes a clases extramuros.
Poca cosa podían hacer contra ellos. El simple hecho de que no había manera de integrarse al movimiento y derrumbarlo desde adentro molestaba mucho al gobierno.
No había líderes, no había cabeza que cortar. Solo miles de extremidades que hacían y deshacían. Podían cortarlas, claro, pero siempre habría más. Muchas más. No había lugares fijos de reunión, no había infiltrados, no podía haberlos, les faltaba esa mezcla de incoherencia y profundidad con la que se comunican los jóvenes.
No había planes concretos, no había líneas a seguir. Era un movimiento visceral, casi impulsivo.
Y ese movimiento que antes se rigió por líneas, por corrientes, por políticas y por ideologías, se volvía cada vez más irracional, más irreverente, más incoherente.
Cada día, la ciudad se despertaba con la curiosidad de que iría a suceder esta vez.

Pero tal vez todo eso no fue suficiente. Un volkswagen volteado, con el chasis hacia fuera le cubría del posible fuego de una tanqueta militar antimotines, que había entrado a Ciudad Universitaria después de que la policía había salido y los chavos habían vuelto a tomar las instalaciones.
Por que las armas de fuego se empezaron a utilizar después de que unos judiciales habían acribillado a quemarropa a trece estudiantes que hacían guardia en la puerta principal del CCH Oriente. El gobierno trató de callar la noticia, censurándola de los medios masivos de difusión, pero brincó el cerco de censura y llegó a todos los rincones.
Los de Ingeniería y los tesistas del Instituto de Materiales se quebraban la cabeza tratando de averiguar cómo inutilizar las tanquetas. Lo único que parecía dar resultado era meter vigas de 200 kilos en la oruga de tracción.
Una ráfaga de balas que se estrelló contra la plancha del vocho lo sacó de su mundo, gritó en clave y la tanqueta que estaba como a cien metros recibió tres bombas molotov. La llama se levantó repentinamente y la tanqueta dio marcha atrás. A quinientos metros estaba un pequeño regimiento de soldados que apagaban el fuego de la tanqueta con unas ramas de eucalipto. Pronto llegarían refuerzos.
Un grupo de estudiantes trataban de forzar las puertas de la Facultad de Medicina, para ver si algo podría utilizarse como arma. Helicópteros verde olivo volaban a baja altura en el área que aún no lograba tomar la milicia. Soldados se iban apropiando de las islas, cada vez más cerca.

Los víveres se iban agotando y las salidas exitosas al conflicto de igual forma. Había francotiradores desde la torre de Rectoría, tanquetas por los circuitos y la explanada, soldados por el área del Centro Cultural Universitario y helicópteros en todo el cielo. Sólo esperaban que cayeran por su propio peso. Las bromas no se hacían esperar: estaba aquella que decía que después de matar un sardo, comérselo para no acabarse las provisiones tan rápido, cocinarlo con las bombas molotov y quedarse con su parque.

En un momento de aburrición y falta de paciencia por parte de los milicos, una tanqueta hizo el intento de atravesar la barricada formada con dos vochos, una combi y un cavalier (los vochos eran de Auxilio UNAM, las combis eran peseros y el cavalier se lo encontraron frente a Rectoría y lo arrastraron con uno de los vochos hasta la barricada, bajo Química. El freno de mano terminó por tronarse). Al momento del choque de la tanqueta con la barricada, un vocho salió volando, una combi se hizo yogurth bajo las orugas y el otro vocho se acomodó de tal forma, que atascó a la tanqueta.
Por más que la tanqueta hacía el intento de zafarse, sólo quemaba diesel a lo bruto. Era imposible.
Los estudiantes trataron de apoderarse de ella, pero el regimiento de la retaguardia hacía fuego si intentaban acercarse a la tanqueta. No quedaba de otra, pues aún atascada, tenía muy buen ángulo de tiro. Pero aún no se daban cuenta.
Sacaron un tanque de 5 kilos de óxido nitroso de la Facultad de Medicina, que los pasantes utilizaban para anestesiar a los perros con los que practicaban cirugías, y lo arrojaron hacia la tanqueta, de forma que quedara el tanque bajo la tanqueta. El resto es fácil de imaginar: con una 44 que le habían quitado a un judicial, dispararon hacia el tanque. La explosión fue terrible, la tanqueta se elevó, cayó y no se volvió a mover. Y aunque lo intentara, una oruga se había destruido.
La algarabía reinó entre los estudiantes por unos momentos, después, la pesadilla.
Un helicóptero había visto lo sucedido desde el aire, y con rencor, ordenó avanzar sobre la zona.
La tanqueta que rondaba por los circuitos salió de su escondite y comenzó a disparar sobre lo que se moviera. Hacía un blanco perfecto, pero también poseía buena posición de tiro. Un tanque, del que no tenían conocimiento, salió de entre las islas y comenzó a disparar sobre las barricadas que estaban cerca del CELE. Los helicópteros volaban cada vez más bajo y ya disparaban, con poco acierto. Las tropas comenzaron a avanzar.
El cerco se cerraba cada vez más. El tanque ya había destruido la barricada y un pelotón entró por el hueco. La tanqueta hacía bajas cuantiosas y los helicópteros descubrían escondites.
Al momento de cerrar el cerco, sólo quedó un edificio: el que alguna vez albergó la Facultad de Ciencias.
Parecía vacío, ni siquiera gritos o exclamaciones. Los soldados quedaron un poco perplejos, por la orden era avanzar. Entraron en tropel, a buscar a los chamacos revoltosos. En cinco minutos encontraron la puerta trasera por la que habían escapado: en Ciudad Universitaria existe una red de túneles subterráneos que fueron construidos conjuntamente con los edificios. No aparecen en los planos y si uno no conoce bien el sistema de alcantarillado, podría jurar que no existe nada de túneles.
La despedida estaba disimulada por unos casilleros en una esquina de la bodega en la que estaba la entrada a los túneles. Los soldados jamás supieron que el hidrógeno es altamente explosivo, y que cuatro tanques llenos colocados estratégicamente son suficientes hasta para derribar un edificio tan bien construido como aquel.

De los chavos que se escaparon por los túneles no se ha sabido nada. Nadie conoce toda la red de túneles subterráneos que hay en C.U.
Hay quienes dicen que salieron por el bosque de Tlalpan y aún no llegan a la civilización. Otros afirman que esa red se conecta con la de alcantarillado de la Ciudad de México. Yo creo que aún están abajo, esperando el momento oportuno para salir a la superficie.
Aunque también es posible que hayan perecido en la explosión junto con los 89 soldados.



21 de Noviembre de 1999–2 de Diciembre de 1999.
México, D.F.

miércoles, 10 de junio de 2009

Unañomás



Hoy se cumple un año de que este blog está en el aire. Y aunque no es mi costumbre escribir de esta forma, hoy es una ocasión especial.
Quiero agradecer a todos los lectores por darse sus escapadas para venir a leer un cuento, aún cuando seguramente tienen muchas cosas que hacer en esas otras ventanas de su computadora. Espero que este año se lo hayan pasado divertido y con los ojos rojos por leer en pantalla los cuentos que escribo. También agradezco sus comentarios y opiniones que han dejado vertidas aquí.
Algunas veces me decían que mis cuentos no tenían final, que qué pasaba en tal o cual lugar. Nunca pude responder muy bien como quería y hasta yo terminaba haciéndome bolas. Así que comprenderé si mis cuentos les causan conflictos emocionales, de índole
 intelectual o, en su caso, ortográficos. Que seguro en más de uno de ellos se podrá leer entre líneas que yo ya tengo bastantes. Pero disfruto de escribirlos y espero que ustedes de leerlos.
Ahora que ya tiene un año de crecidito este blog, me gustaría hacer unos cambios. Aún no se muy bien cuales pero espero que las ideas me lleguen pronto. Por su pollo, se aceptan comentarios, consejos, ideas y hasta invitaciones a un bar para discutir el futuro inmediato del blog y las opciones que se presentan actualmente. Por lo pronto, es muy posible que cambie los colorcitos y la onda esa minimalista que tiene. Me gusta lo sencillo pero vamos a ver si hay otras cosas que hacerle al lugar para que quede como que más interesante. Así como está hasta se me hace demasiado sencillo. Como que veo a Cleo medio aburrida.
Es posible que también comience a escribirles más. No solo postear los cuentos y ya. Una que otra respuesta en los comentarios y listo. Digo, está chido pero a quién le gusta que el monito de la tienda esté desaparecido cuando quieres preguntarle el precio de un pantalón y ni etiqueta tiene. Aunque tampoco es para que el monito esté ahí todo el tiempo, nomás sintiendo su mirada sobre tu hombro y casi casi su respiración en tu nuca, dispuesto a ayudarte en cuanto levantes los ojos. Esperemos que esto no suceda en esta situación. ¿Plantas? ¿Les gustan las plantas? Podríamos poner alguna maceta por aquí, o un cactus allá, en el rincón, donde luego a uno se le olvidan las cosas y por no regarla un buen rato, pues no moriría de olvido y deshidratación. Cobayos ya tenemos. No pidan.
Quiero hacer mención que los dibujos aquí expuestos son de una novela gráfica, Operación Bolívar. Para que no piensen que trato de adjudicármelos. Cuestiones legales, saben.
Sin más por el momento qué agregar, pues me despido. No sin antes hacerles una atenta invitación a que se echen un trago por este primer año de su servilleta posteándoles cuentos semana a semana. ¡A mi salud!

domingo, 7 de junio de 2009

Cinco mil días



Cinco mil días pasaron y seguía caminando. Los huaraches estaban casi hechos trizas pero no tenía intensión de detenerse. Al contrario, apenas comenzaba su viaje. Cruzó tiempos de infortunio, tiempos de grata sensación. Cruzó por mares, bosques, selvas y desiertos. Cruzó por todos los parajes habidos y por haber. El tiempo y espacio se volvió uno solo como él. Se fusionaron los conceptos y se volvió uno solo con el riesgo, con la dicha, con el miedo y con la muerte. Perdió la nostalgia y el placer. Perdió tantas cosas, como las mismas que encontró. Jamás retrocedió.
Cinco mil días más y sus pies desnudos fueron los que caminaron por él. Los callos y ampollas jamás cedieron, así como él. Ahora los tiempos fueron otros, tal vez más difíciles. Tal vez no tanto. Así se separaron: el tiempo y el espacio. Caminaba por senderos inexistentes. Hacía de su vida un momento, un tiempo perdido en su mundo. A oscuras. Sin lugar. Un “nowhere man” como a bien tuvieron los Beatles en sintetizar. No existía en ningún lugar, si no en su tiempo. Hubo tiempo para todo, no así un lugar. Y así sucedió. No más.
Cinco mil días y todo se trastornó. El mundo se puso de cabeza, se puso de lado, se puso de mil formas y colores. Caminó al revés. Caminó hacia arriba. Caminó ya sin pies, ya se le habían agotado. Se terminaron como todo en esta vida. Fue el término del tiempo. Ya no hubo más tiempo. Solo este lugar y todos los lugares del mundo. Todo fue un solo sitio: aquí. Allá. Que al fin y al cabo es el mismo cuando no hay tiempo. No tuvo tiempo que perder, ni tiempo para pensar. Solo los lugares amontonados en sus ojos. Todo en el intersticio de 180 grados que alcanzaba a palpar de frente.
Otros cinco mil días y no quiso seguir. Ya no tenía cómo seguir. Hace tiempo había perdido los pies, y la mente se negó a viajar más allá de su comprensión. No quiso y no pudo. Prefirió esperar ahí. Cualquier cosa que eso fuera. Y morir tranquilamente. Sin conocer más, sin saber más de lo que ya sabía. Creía estar satisfecho con su travesía.
Su única desgracia es que tuvo que esperar cinco mil días para que la muerte lo alcanzara a él. Ella no tenía prisa, y una vez que lo alcanzó a él, se fueron juntos a caminar por lugares sin tiempo, y en momentos sin mundos.

31 de Octubre de 2002.
Colima, Col.

miércoles, 3 de junio de 2009

Carroña



Portando mis trajes negros, zapatos y corbata,
atravieso tu piel superflua y delgada,
destruyo tu jaula y libero los sentidos.

Mi vista destruye los hechizos que portabas tú.
Se rompe el circuito que con esfuerzo has construido,
y en un santiamén desaparece el halo
en que estabas envuelta a profundidad.

Confundidas las miradas, tan llenas de preguntas,
incompletas y angustiadas en mi mente oscura.
¿Buscando de nuevo? Jamás a encontrar.
En la maraña de pensamientos habrá que empezar.

Cuando nazca de nuevo, si es que lo habré de hacer,
naceré en animal, tan poderoso y hermoso
que un miedo negro y desconocido se apoderará de ti.
Sabrás de la angustia, el terror, la tristeza y el furor.

Soñarás con mis garras perforando tu piel,
desgarrando cada músculo de tu cuerpo,
mis mandíbulas pulverizando tus huesos,
mis ojos destruyendo los tuyos sin piedad.

Beberé tu sangre con gozo y júbilo
disfrutando gota a gota de tu muerte,
carne putrefacta bajo el sol de medianoche,
y tu húmeda morada bajo la tierra
clamará con sedienta ansia el féretro
que habrá de llevarte a mi infierno.




27 de Septiembre de 2000.
Colima, Col.