lunes, 6 de mayo de 2013

El sueño intermitente


Lentamente viajando en la obscuridad, sin prisas y sin emociones, como un pequeño feto dando vueltas. Sin siquiera tratar de ver hacia afuera, darse cuenta de qué le sucede a uno, indagando algo, conociendo, esperando. Pequeños cometas girando como tirabuzón en tu dirección, chocando y haciéndote sonreír. Cosquillas, dices. Calidez, tal vez, dentro de esa absoluta obscuridad.
Todo el entorno comienza a acercarse a ti. Tomar una porción de tu cuerpo, tocarte, saludarte, simplemente verte de cerca, cómo tu sonrisa y tus ojos cerrados pueden hacerte ver como la pequeña supernova que imaginas que sería divertido conocer. Polvo estelar rociado como harina de galleta.
Y ese acercamiento incluye la atracción de cuerpos celestes. Planetas vienen a verte, más cometas se acercan a acariciarte, nebulosas, gigantes blancas y rojas endemoniadas. Tu gravitación te hace ganar velocidad, comienzas a desplazarte más rápido. Es curioso, porque entre más se acercan a querer tocarte, más rápido te mueves, más rápido te alejas de ellos. Ríes. Es como un juego de niños, cada vez los evitas más y cada vez es más divertido cuando no te tocan, con tu sonrisa obscura y esa infancia a flor de piel.
Pero de pronto te das cuenta que ya no tienes quién te siga, ya los dejas muy atrás. Y eso porque ya vas tan rápido que apenas abres los ojos, y el viento te impide ver, tienes que hacer de tus párpados un par de rendijas pequeñitas para apenas atisbar esa tenue obscuridad que ahora se ve extrañamente iluminada en algunos lugares.
Ahora vas tan rápido que ves al tiempo quedarse atrás, lo dejaste atrás de tan veloz que ahora viajas. Vas tan rápido que ya nada te parece que fuera a tocarte, tan rápido que estás dejando la obscuridad atrás. Tan rápido que ni la obscuridad puede alcanzarte. Y es entonces cuando sucede la colisión.
Tan espectacular y destructiva que no alcanzan varios mundos para destruirse con ella. Salen fragmentos de luz despedidos en todas direcciones, fragmentos de tiempo y fragmentos de lugar. Todo se despedaza en la explosión de las seis dimensiones.
Tú te quedas ahí, aturdida. Porque te acabas de dar cuenta que ahora eres parte del sistema, y tendrás que esperar que alguien llegue con su gravedad para hacerte caminar.

10 de Agosto de 2010.
Culiacán Rosales, Sinaloa.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Fisión


Comenzó con un pequeño goteo. Nada importante, pensó. Pero eventualmente fue perdiendo consistencia, se consumía despacio. El derretimiento fue haciéndose más severo y las partes más distales se fueron acabando.
Los dedos fueron los primeros en irse. La punta de la nariz y las orejas. Después le quedaron los muñones de brazos y piernas. La cabeza perdía volumen alarmantemente. Hasta que el cerebro fue el que quedó al último pero se evaporó rápidamente y ni siquiera dejó una mancha o alguna sustancia gelatinosa en el suelo.
Se puso a pensar que el evento había sido tan rápido que no le dio tiempo de definir que era lo que iba a hacer cuando se completara la fusión. Bueno, ya estaba en eso así que lo podría hacer en ese momento.
Pero primero quería saber donde estaba parado (el humor ante todo) porque ahora no era tangible. ¿Cómo podía pensar si sus neuronas se habían evaporado? ¿Cómo seguía viendo a su alrededor si sus ojos se hicieron humo? ¿Respiraba?
No le dio mucha importancia a eso, ya que seguía pensando, viendo y al parecer el respirar no era relevante en su nuevo estado de la materia. Y si era así, entonces podría bucear eternamente sin tener que salir a respirar. Aunque pensándolo bien, ¿para que querría bucear eternamente? Un par de horas tal vez. La desventaja es que no había un cuerpo de agua cercano para probar la teoría…
“¿Y que onda con la antimaterialidad?” Si se había evaporado y no era tangible, a lo mejor podría atravesar paredes y esas ondas. “Bueno, paredes y cosas sólidas.” Así que se dirigió hacia abajo. Efectivamente, podía sumergirse en el suelo y avanzar y avanzar a través de capas de concreto, de formaciones rocosas, de estratos pétreos. En teoría, pensó, podría revisar cada centímetro del planeta para ver dónde hay petróleo, podría hacerme millonario. Claro, la cuestión sería la comunicación. Sin cuerdas vocales no podría decirle a nadie. Además, en su estado era difícil saber si el dinero serviría de algo. Dejó eso para después, tal vez más adelante podría ser de utilidad esa nueva característica.
¿Qué tal volar? Si atravesó roca maciza, seguro podría levantar el vuelo. Salió rápidamente de la tierra y sí, estaba viajando a buena velocidad hacia esa zona azul sobre su cabeza… sobre de él. ¿Cómo se desplazaba? Tal vez con solo pensarlo se movía. No tenía que aletear o correr. ¿Y que tan rápido podía hacerlo?
Se encontró afuera de una casa color salmón con protecciones azules en las ventanas y de puerta de madera. ¿Dónde era eso? Por lo visto podía viajar instantáneamente, lo malo es que no sabía ni donde estaba ese lugar. Se acercó lo suficiente a un coche estacionado para ver las placas. Sí, era su estado y parecía su ciudad. Pero no recordaba la casa.
“Vamos a entrar, total, no creo que puedan verme.” Y entró sin tocar la puerta, revisando cada rincón de la casa sin reconocer nada. Sala, cocina, comedor, escaleras, habitaciones… En una de ellas estaba una chica trabajando en su computadora. Se le hacía remotamente conocida, además de guapa. “¿Dónde he visto antes a esta chica?” Ella no se dio por enterada de una presencia extra en la habitación. Entonces se dedicó a revisar lo que había en la habitación. “De preferencia fotos”, para saber dónde podía haberla visto. Libretas, ropa interior, zapatos, juguetes infantiles, discos compactos (“¿Quién escucha Mireille Mathieu?”), uniformes escolares… Ya está grandecita para el colegio, pensó. Y hurgó un poco más por ahí hasta que encontró las fotos de su colegio. Claro, había ido al colegio de la calle Margaritas, donde él también había ido. Y resultó que era Cecilia, la niña de quien siempre estuvo enamorado. “Con razón se me hacía conocida… ¡qué guapa se puso!” Pero tenía varios años que no sabía nada de ella. De hecho, desde que salieron del colegio solo la vio una vez más en un súper haciendo compras y ya. Trataba de pensar porqué había aparecido fuera de su casa pero no le cuadraba la idea. Supongo que tendré que tener más cuidado cuando quiera viajar al instante, pensó preocupado. Pero ya que estaba ahí, trataría de sacarle el mayor provecho. Trató de hablarle, gritarle, de mover algún lápiz para escribir hola (y se alegró de no lograrlo porque pensándolo detenidamente seguro iba a resultar contraproducente y ella saldría corriendo de su casa despavorida porque su lápiz tenía posesión demoníaca o algo así), o algún tipo de comunicación pero nada. Era invisible, insaboro, incoloro e incomunicoro. Ni modo, la idea del petróleo quedó desechada inmediatamente.
Como que se decepcionó un poco de sus nuevas capacidades. ¿De que servía no ser visto y entrar sin problemas a la habitación de una hermosa chica si no podría hablarle…? Pero claro, podría verla desnuda cuando saliera de tomar su baño. Una sonrisa se imaginó que se dibujaría en su alguna-vez-rostro. Mientras tanto, tendría que esperar a que se decidiera a tomar su baño, o de perdida un cambio de ropa. Pero se veía muy concentrada en su labor. “…Con la finalidad de concederle la garantía de audiencia consagrada en el segundo párrafo del artículo 14 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexic… guak, verborrea legaliode, ya decía yo que nadie es perfecto.”
Así que sentose a esperar y esperar. No sabía si el tiempo en ese estado material era diferente pero sentía que ya llevaba como varias horas viéndola trabajar y ya estaba aburrido. Así que después de la cuarta vez de lo que él creía que era un bostezo decidió probar cosas nuevas. Si no podía escucharle, tal vez podría sentirlo.
Y tomó asiento justo donde ella estaba sentada, quedando dentro de ella, de frente a la computadora. Ella detuvo su escritura un momento, extrañada. Se acomodó en su silla y siguió trabajando.
“Ajá, seguro me sintió, sino no se hubiera detenido”. Y comenzó a experimentar: trató de oprimir teclas que no iban, trató de mover el ratón, de mover la silla, de cambiar la página y un sin fin de etcéteras. Nada funcionó… hasta que se dio cuenta que nada funcionaba. Ella suspiró como exasperada. “Ajá, ya entendí. No puede sentirme físicamente, así que será por sentimientos.” Y en efecto, comenzó a recordar cosas que le hacían enojar: que el helado se le derritiera y le mojara los dedos, que las cascaritas de las palomitas se le atoraran entre los dientes, que los microbuseros se pusieran a subir y bajar pasaje ocupando dos y hasta tres carriles, que tuviera como seis calcetines en su cajón y que no se hiciera ni un par… Las fallas de ella en la mecanografiada se hicieron más recurrentes y resoplaba cuando se equivocaba.
Creo que se está enojando, pensó divertido. Ella se detuvo y suspiró sonriendo. Siguió con su tarea un poco más tranquila y sin equivocarse. “Mmmh, justo cuando comencé a divertirme fue cuando ella dejó de enojarse.”
Así que probó a excitarse, tal vez con eso subiría su temperatura (y libido) y se desnudaría para tomar un baño. ¡Éxito! Así que comenzó a recordar cosas eróticas que le habían pasado, las mujeres que de una u otra forma le habían parecido atractivas y sensuales. Como en broma, hasta recordó a la niña que le gustaba en el colegio…  a ella que reflejaba su cara en la pantalla de la computadora. Retomó sus fantasías eróticas y las volvió intrincados sueños en los que piel femenina aparecía en los cuatro puntos cardinales y en las cuatro dimensiones. “Espero que esto no la haga creer que le gustan las mujeres… aunque no suena a mala idea.” Pero ella parecía no reaccionar a esas sensaciones. Seguía trabajando, tecleando con celeridad y leyendo esos gruesos libros de derecho penal o vaya a saber que derecho estaba leyendo. Al parecer no responde a excitación por féminas, pensó, pero si me imagino a hombres nunca voy a excitarme… Y no bien estaba reflexionando la causa-efecto cuando
-¡Bueno, ya estuvo! –dijo ella y se levantó de la silla y dejó sus libros ahí. Se soltó el pelo y comenzó a quitarse la blusa, sus zapatos y a desabrocharse el pantalón. “¡Excelente, tomará su baño y la veré desnuda!”
Pero ella no pensaba tomar un baño. Cerró la puerta de su habitación con seguro antes de quitarse sus últimas prendas y saltó a la cama. Cerró los ojos y comenzó a masturbarse lentamente. “Esto sí que no me lo esperaba.” Pero aprovechó la circunstancia y se recostó dentro de ella. Siguió imaginando erotismo a la octava potencia y ella comenzó a gemir suave y progresivamente. También sus movimientos comenzaron a hacerse más rápidos, más intensos. Arqueaba la espalda y estiraba los dedos de los pies. Se acariciaba los muslos, el cuello y el vientre. Sus fluidos le humedecían la mano, haciendo que sus dedos resbalaran a su interior. Y sus gemidos evolucionaron en una respiración agitada, llegando hasta un grito ahogado al alcanzar el orgasmo…
Descansó unos minutos recostada en la cama, recuperando el ritmo de su respiración normal. Se levantó perezosamente y se dirigió a tomar ese baño tan esperado. Se enjabonó sin usar el estropajo y salió con una bata y la cabeza envuelta en una toalla. Tomó asiento y continuó con el teclado de la computadora y la lectura de sus libros gruesos y aburridos. Él seguía posicionado en la cama. Tal vez no esté tan mal esta situación, después de todo, pensó.
12 de Abril de 2011.
Mineral El Realito, Guanajuato.