domingo, 7 de junio de 2009

Cinco mil días



Cinco mil días pasaron y seguía caminando. Los huaraches estaban casi hechos trizas pero no tenía intensión de detenerse. Al contrario, apenas comenzaba su viaje. Cruzó tiempos de infortunio, tiempos de grata sensación. Cruzó por mares, bosques, selvas y desiertos. Cruzó por todos los parajes habidos y por haber. El tiempo y espacio se volvió uno solo como él. Se fusionaron los conceptos y se volvió uno solo con el riesgo, con la dicha, con el miedo y con la muerte. Perdió la nostalgia y el placer. Perdió tantas cosas, como las mismas que encontró. Jamás retrocedió.
Cinco mil días más y sus pies desnudos fueron los que caminaron por él. Los callos y ampollas jamás cedieron, así como él. Ahora los tiempos fueron otros, tal vez más difíciles. Tal vez no tanto. Así se separaron: el tiempo y el espacio. Caminaba por senderos inexistentes. Hacía de su vida un momento, un tiempo perdido en su mundo. A oscuras. Sin lugar. Un “nowhere man” como a bien tuvieron los Beatles en sintetizar. No existía en ningún lugar, si no en su tiempo. Hubo tiempo para todo, no así un lugar. Y así sucedió. No más.
Cinco mil días y todo se trastornó. El mundo se puso de cabeza, se puso de lado, se puso de mil formas y colores. Caminó al revés. Caminó hacia arriba. Caminó ya sin pies, ya se le habían agotado. Se terminaron como todo en esta vida. Fue el término del tiempo. Ya no hubo más tiempo. Solo este lugar y todos los lugares del mundo. Todo fue un solo sitio: aquí. Allá. Que al fin y al cabo es el mismo cuando no hay tiempo. No tuvo tiempo que perder, ni tiempo para pensar. Solo los lugares amontonados en sus ojos. Todo en el intersticio de 180 grados que alcanzaba a palpar de frente.
Otros cinco mil días y no quiso seguir. Ya no tenía cómo seguir. Hace tiempo había perdido los pies, y la mente se negó a viajar más allá de su comprensión. No quiso y no pudo. Prefirió esperar ahí. Cualquier cosa que eso fuera. Y morir tranquilamente. Sin conocer más, sin saber más de lo que ya sabía. Creía estar satisfecho con su travesía.
Su única desgracia es que tuvo que esperar cinco mil días para que la muerte lo alcanzara a él. Ella no tenía prisa, y una vez que lo alcanzó a él, se fueron juntos a caminar por lugares sin tiempo, y en momentos sin mundos.

31 de Octubre de 2002.
Colima, Col.

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