domingo, 10 de agosto de 2008

Par de cigarros


El pasto creció más de lo que esperaba. Todo mi pie podía desaparecer debajo de esa alfombra verde, tan llena de grillos por las noches, como de humedad por las mañanas. Intenté podarlo con la máquina, pero ésta se trabó por tanto pasto y tardé más de media hora en destrabar la podadora. Si iba a descomponer la máquina, que fuera por quitarle el motor y tratar de ponérselo a una avalancha.
Pero no era el objetivo hablar de la podadora y un improvisado carro a gasolina de un cuarto de caballo de fuerza, si no de que el pasto había crecido mucho. No era por el fertilizante, la lluvia o mi excelente desempeño como jardinero. Que para que un jardinero haga crecer bastante el pasto, solo es cuestión de no querer podarlo para que crezca más aprisa. Eso, o dejar pasar el tiempo. Y no es que el tiempo se haya dejado pasar... si no que pasó mucho tiempo sin que uno quiera.
Me dijiste que fuiste por cigarros, pero nunca me dijiste hasta dónde irías por ellos. Hay una tienda a tres cuadras de aquí, pero tal vez no querías Marlboro o unos Delicados. La farmacia está más lejos, pero quizás tampoco querías Camel o Viceroy. Te habrás ido a Oaxaca o a Veracruz por unos Gratos. A España por unos Ducados. Te habrás ido al mismísimo infierno para robarle en sus barbas a Satanás un poco de ese aromático tabaco que seguro tiene para su pipa.
Saliste por la puerta de enfrente y no te volví a ver. Saliste tan campante como siempre, sin preocupaciones, sin siquiera amarrarte el pelo. Solo una playera ajustada y unos yins. Gritaste cuando casi se cerraba la puerta y estabas a unos metros más cerca de la esquina. Seguro yo aún estaba todavía dormido, preparando el desayuno o peleándome con las agujetas que en la noche anterior se hicieron nudo por la manía de quitarme los tenis sin desabrochar las agujetas. Cruzabas la calle cuando yo abría la llave del agua y me mojaba el pelo. Salías de la ciudad cuando yo buscaba en el fondo de mis bolsillos un poco de cambio para tomar un micro para ir a la escuela. Extendías el pulgar hacia arriba y el brazo hacia delante al ver pasar una camioneta roja exactamente cuando yo abría el libro de Genética en la página 175 y ver el capítulo 6. Llegabas al siguiente estado, lo cruzabas y continuabas más lejos aún cuando mi insomne persona estaba pensando en cientos de dudas, en miles de personas, en millones de metros o en millones de días, en que esos cigarros se convertirían en meses, y después en años. Y esos años se volverían personas que no hemos visto jamás.
Que después nos encontraríamos en algún antro, en algún bar, como siempre. Tu sonriendo eternamente, con la sangre bailando en tu interior y el cigarro sin fumar entre los dedos, una cerveza a la mitad en la mesa y escuchando sobre los 150 decibeles de la música alguna conversación trivial. De pie, casi a punto de salir corriendo a la pista para bailar lo que dura el resto de la noche, para sonreírle al alba como siempre te ha gustado hacer. Y yo, sentando en el rincón más oscuro del lugar. Con los ojos fijos en algún lugar entre un vaso vacío tirado a diez metros de mí, y las zapatillas negras de una chica con los ojos enrimelados y casi aburridos. Con más ceniza en mi pantalón que tabaco en mi cigarro, y cerca de mi décima cerveza entre pecho y espalda. Pensando en que estaría mejor en otro lado; que podría estar mejor sentado en la defensa de mi coche a veinte kilómetros de ahí, en alguna brecha que lleve a algún rancho perdido entre semana; que podría estar tomando sistemáticamente dosis de tequila medidas en latas de refresco, junto al buró de mi habitación y escuchando canciones a mucho menor volumen y con mucho mayor flujo de lágrimas; que podría estar a mil metros sobre el nivel de la ciudad, observando entre bizcos una de los quince millones de luces que forman la mancha urbana a esas horas de la madrugada. O simplemente, que podría estar caminando hacia ti, viéndote mientras me ves caminar hacia ti sin dejar de platicar, tratando de no sonreír tan obvio y sin perder el hilo de la conversación, desviando la mirada justo segundos antes de que yo llegue hasta ti y tenga que tocarte el hombro para que vuelvas a verme de nuevo, y tenga que gritarte un disculpa a voz en cuello para hacerme escuchar sobre la música del local, lo que hará que todos tus amigas volteen a verme divertidas, y tus amigos volteen a verme molestos, y yo me sienta un completo idiota, en parte por no haberme aguantado la cobardía y esperar a que me rechaces para beberme esas diez cervezas después y no hablar como si tuviera una lengua de kilo y medio; y en parte por tener seis pares de ojos clavados en mi cara esperando que haga el ridículo de pedirte que si quieres bailar conmigo, y obviamente querrán ver mi cara cuando digas que no, gracias, que tal vez otro día.
Pero ni el estar sentado en la defensa de mi coche a 20 kilómetros de ahí, ni el estar ebrio en mi cuarto escuchando canciones que solo me recuerdan a ti, ni estar en un cerro viendo de noche las luces de mi ciudad me podrían haber preparado para una negativa, para que me vieras de arriba a bajo y soltaras la risa mientras te volteas, para que les dijeras a tus amigos que te estoy molestando y que me sacaran a rastras del local después de una severa golpiza, para que me vaciaras la cerveza encima y sonrieras un perdón... pero mucho menos para que me dijeras que sí con una sonrisa, con esa sonrisa que te gusta presumir en todos lados y dejaras la cerveza medio terminar y caminaras rumbo a la pista, casi agarrándome de la mano para que a último momento me fuera a arrepentir y te dejara caminado sola. Y con tu sola presencia abrirás un hueco en la pista de baile ya saturada. Y casi no esperarás a que yo esté a tu lado para que comiences a bailar. Y bailarás como si no existiera otra cosa que hacer en este mundo, como si fuera la única cosa para lo que fuiste creada. Te moverás como no se mueven en las pistas de baile, como no se podrían jamás mover en una película. Bailarás con una música que viene de tu ser, de adentro de tus venas, de lo más profundo de tus huesos. Bailarás como jamás creí posible ver bailar a alguien. Y yo estaré con mi cara de estúpido viéndote bailar. Y será hasta que abras los ojos y me veas que me daré cuenta que estoy de pie, inmóvil frente a la chica que baila con más sentimiento en todo el lugar. Sonreirás de nuevo y yo reaccionaré, comenzaré a bailar torpemente hasta que agarre el ritmo de la canción. Bailaremos. Y los seis pares de ojos de tus amigos nos estarán viendo desde el piso de arriba, ellas sonriendo y sosteniendo su respectivo cigarro entre sus respectivos dedos. Y ellos serios, casi molestos, dejando entre trago y trago de cerveza el tiempo suficiente como para pasar el sorbo de cerveza que tienen en la boca. Y no solo serán seis pares de ojos, habrá otros pares más allá. Tal vez a alguien que le gustes y tenga la mitad de la noche viéndote desde el otro lado del bar, esperando a que sea el momento oportuno de ir a sacarte a bailar. Tal vez un exnovio que aún te recuerde, o tal vez otro que no te recuerda pero que siente esa molestia en la panza que le dice que no deberías estar bailando conmigo, o mejor dicho, que yo no debería estar bailando contigo, que él fue tu novio y que por ese simple hecho tiene el derecho, no, la obligación de decirte qué es lo mejor para ti. Y, claro, no es el bailar conmigo.
Pero ni tu ni yo somos adivinos. Tu estarás bailando y disfrutando de una noche fuera de casa. Y yo estaré bailando y disfrutando de una noche en la que por fin me siento como en casa.
Y el tiempo pasará casi sin sentirlo. Te veré sonreír mientras bailas, como mueves el pelo al compás de la música, cómo choco contra los de atrás y cómo me dan codazos los de los lados. Te siento en una burbuja de cristal en la que nadie te estorba para bailar, los empujas suavemente con tu simple movimiento. Y el sudor correrá por mi espalda y se perlará mi frente con pequeñas gotas. Y mis pies se cansarán de bailar y bailar, pero que no querré dejar de hacerlo. Y la madrugada llegará, haciendo que la música se haga cada vez más lenta, dejando atrás el estroboscopio y dando paso a las luces rojas y tenues. No sabré si tomarte de la cintura y continuar bailando como una pareja. Ante mi indecisión sonreirás y me dirás que ya te has cansado. Te acompañaré hasta tu mesa, para entregarte sana y salva a tus amigos. Te daré las gracias y me iré a mi rincón, a seguir tomando cerveza y a preguntarme que fue lo que falló, porqué no me rechazaste como estaba programado.
Pero no, jalarás mi camisa antes de que logre dar la media vuelta y me preguntarás por mi nombre. Acto reflejo te diré, y entonces, usando mi nombre, me preguntarás si no tengo un cigarro que te regale. Lo dirás sonriendo. Me quedaré pasmado y afortunadamente no se me caerá la baba de mi boca abierta porque estaré poco menos que deshidratado. Buscaré entre mis bolsillos y sacaré una cajetilla a medio terminar. Podría decirte que está medio llena, pero ambos sabremos que eso sería una mentira, además de que sería un comentario fuera de lugar. En vez de eso, solo abriré la cajetilla y te tendré un cigarro. Lo sacará y lo pondrás sobre tu boca. Me preguntaré como es posible que después de tantas horas, el labial aún esté tan brillante como recién puesto, seguro manchará la colilla del cigarro. Sacaré el encendedor y lo encenderás. Soltarás el humo y al final unos pequeños aros de humos, anillos blancos que flotarán un rato sobre la mesa. Me preguntarás si no me quiero sentar, y antes de que pueda decir que sí, ya me estarás presentando a tus amigos. Tus amigos saludarán por cortesía y conversaremos un poco. Cosas triviales. Tu sonreirás.
Hará frío afuera. Tomaré mi saco y lo pondré en tus hombros. Al momento de despedirnos me dirás que la pasaste muy bien. Te preguntaré si quieres que te lleve a tu casa. Dudarás unos momentos, mientras volteas alternativamente hacia tus amigos y hacia mí. Abrirás la boca varias veces para responder pero no dirás nada, hasta que viéndome, sonreirás y me dirás que sí.
Pero en el camino cambiarás de planes. Me dirás que tu casa está muy lejos y que no quieres que me regrese solo a mi casa, que me puede pasar algo, con tanto borracho loco que hay por las calles a estas horas. Te diré que no hay problema, que será un placer llevarte hasta tu casa. Dirás que no, que es muy peligroso, que mejor vayamos a mi casa y que ya mañana por la mañana se irá a su casa. ¿Segura? Claro. Pero sonarás indecisa. No, no indecisa, mas bien temerosa. A la expectativa. Daré la vuelta lentamente para que sea más fácil rectificar en caso de que lo pienses mejor y te decidas en contra. No habrá palabras. Tu sonrisa se desvanece.
En mi casa te ofreceré algo de tomar. Tus ojos me cerrarán la boca y me acercaré a ti despacio, como si no quisiera despertarte. De pie frente a mí, esperarás a que llegue hasta ti y te bese. Y te besaré como lo he deseado toda la noche. Como lo he deseado desde que te vi en la mesa del bar desde mi oscuro rincón. Te besaré como si fuera lo único que habría que hacer en el planeta, como si solo para eso hubiera sido hecho.
Mañana en la mañana no querré que te vayas. Te envolveré entre sábanas y risas. Te colmaré de piel y calor. No te querrás ir. No te iras. Ni ese día ni los que siguen. Seguirás ahí, conmigo por cigarros y cigarros. Hasta que se acaben los cigarros, y tengas que ir por más. Saldrás por la puerta y gritarás que vas por cigarros, pero gritarás casi cuando la puerta se esté cerrando y varios metros más cerca de la esquina.

21 de Febrero de 2006.
México, D.F.

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