domingo, 12 de octubre de 2008

Soledad


Y al final del día te das cuenta de que te has quedado solo. Sabes que al final de cada día, de cada mes, todos los años te vas a quedar solo con tu soledad.
Nadie del otro lado de la mesa, bebiendo una taza de café que no está ahí, fumando un cigarrillo que no ha sido prendido, conversando tonterías que nadie ha dicho y mirando de frente el olvido.
¿Es esa tu historia, Fernando?

Las sábanas frías, pues no hay nadie a tu lado que te proporcione ese calor que te falta. No existe la voz que te diga que no te ves bien con esa corbata. Tampoco el vapor de agua caliente que inunde todo el baño por las mañanas, antes de que entres a bañarte. El cepillo no tiene cabellos largos enredados, y no se tapa el lavabo por lo mismo. No hay peleas por el papel tapiz. No hay papel tapiz.
¿Es esa tu historia, Fernando?

¿Qué sabes, Fernando, de estar solo; si has estado solo toda tu vida? ¿Cuándo has besado el cuello oculto por una caída de cabello de una mujer? ¿Cuándo fue la última vez que adivinaste lo que pensaba una chica con sólo ver el brillo de sus ojos? ¿Desde hace cuanto que tu ropa no huele a perfume femenino?
¿Es esa tu historia, Fernando?

Lo sabes, Fernando. Todo ese dinero que tienes en el banco, que tienes bajo el colchón, en el cajón de la cómoda, atrás del espejo; ¿de qué te sirve si no puedes comprar un ramo de rosas, un anillo de bisutería, un prendedor, un chocolate en forma de corazón? Podrías tapizar tu casa con billetes de diez pesos, si quisieras. Pero no lo harás, Fernando, porque la mirada solitaria de Zapata repetida un millón de veces en cada rincón de tu vida te lo reprocharía a cada instante. El caudillo fue solitario, lo sabrás por esos ojos tristes y acuosos. No lo soportarías.
Te podrías comprar diez carros, los que tu quisieras. Pero no lo harás, Fernando, porque en tus diez carros estarás solo; nadie estaría junto a ti, en el asiento a tu lado. Nadie escucharía las cintas que pusieras en tus carros, ya sean corridos, rancheras o rock pesado.
Te comprarías casas, pero sabes que las casas que compres, estarían solas.
¿Es esa tu historia, Fernando?

Tienes poder, Fernando. Dinero y poder, ¿qué te puede faltar?
Cuando chicos, jugábamos a ver que seríamos de grandes para tener dinero y poder. Eso era todo para ti desde entonces. ¿Lo es ahora?
Se cumplió tu sueño de la niñez: tienes dinero y poder. Tienes el poder.
En los altos círculos de la política y los negocios se te respeta, aún cuando no seas muy legal. La policía te tiene miedo, te hacen los mandados. Los pandilleros y delincuentes menores no te molestan, no quieren molestarte, no deben molestarte. Los delincuentes mayores trabajan para ti. Y otros poderosos saben que es mejor tenerte de amigo, que de enemigo.
No necesitas un arma, ni un guardaespaldas. Ese respeto te lo has ganado a pulso y sangre. Tus manos están tan manchadas y con sangre tan vieja, que ya no te molesta para empuñar un revolver o un bolígrafo.
¿Es esa tu historia, Fernando?

Hace tiempo que no te veía, Fernando. Desde la infancia. Te conocí cuando llorabas por todo: porque se te caía la paleta al suelo, porque tu mamá te regañaba, porque los demás niños te decían enano. Eras berrinchudo y enojón. No tuve noticias de ti hasta veintiseis años después.
¿Qué fue de esos niños que te decían enano? Te volviste rencoroso, vengativo, sangrefría. Los presionaste de tantas formas que decidieron dejar el lugar donde nacieron y mudarse a otro lugar, lejos de ti. ¿Por qué, Fernando?
Recuerdo a tu madre, tan cariñosa con todos los niños que fueran tus amigos. Ella ya falleció, y falleció en la misma casita descuidada y pobre, la misma que te vio nacer. Y murió ahí porque nunca aceptó la casa grande y con sirvientes que compraste para ella. Desde que se enteró de tu rol de vida, de tus nuevas amistades, tus nuevos lujos y tus nuevas actividades dejó de ser tu madre; o mejor dicho, dejaste de ser su hijo. Y ella así lo sostuvo hasta el día en que la encontraron muerta en su cama, en un sueño eterno. Tu borrachera duró seis días, la cruda sólo tres y regresaste a las andadas mucho más cabrón. ¿Por qué, Fernando?
¿Cómo eres ahora? Desconfiado hasta la médula. No quieres que nadie te toque, que nadie se te acerque, que nadie te mire fijamente. No pides, tomas. No esperas respuesta, lo das por hecho. No aceptas un no en ninguna de sus modalidades. Lo que quieres, lo quieres ya. Eres abusivo, déspota, cínico y aprovechado. Prepotente, grosero y oportunista. No te reconozco, Fernando.

Tienes el poder en un puño y estás solo, Fernando. Dime, ¿eso querías?
Las últimas mujeres en tu vida han sido las putas que recoges de algún burdel. Pero ellas también te tienen miedo. Les aterra tu comportamiento. Se quedan unos días contigo por tu dinero y luego huyen tan lejos como lejos quedó su virginidad.
Dime, Fernando, ¿es ése el poder que esperabas? ¿Cubre todas tus expectativas? ¿Eres el ser poderoso que en sueños te imaginabas?

Estás sólo, Fernando.
Al terminar el día, y el día siguiente, y el día que le sigue, estarás tan sólo como la víspera.
Estás sólo. Y lo sabes.

8 de Marzo del 2000.
México, D.F.

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