domingo, 2 de noviembre de 2008

Vientos de ciudad


—Vientos negros, viene el cambio —murmuró un viejo sucio y ebrio que estaba acostado sobre unos cartones señalando el cielo. Ricardo volteó al cielo por inercia. Las nubes le confirmaron la afirmación del anciano. Montones de nubes obscuras viajaban por la bóveda celeste a gran velocidad. Demasiado rápido. Estando parado sobre la banqueta de la avenida, de pronto sintió que era la tierra la que giraba muy rápido y que las nubes estaban estáticas. La sensación y su imaginación fueron tan reales que hasta se mareó. Trastabillando y bajando la vista pudo reaccionar. Volteó de nuevo al cielo y observó la carrera de nubes negras. Le dio unas monedas al viejo.
—Cómprese algo de comer —y siguió su camino.

La gabardina estaba abrochada hasta un poco arriba de las rodillas pero sentía que el aire se le colaba hasta la espalda. Caminaba despacio, entrecerrando los ojos para evitar que el volátil polvo se le metiera a los ojos y a la boca. Periódicos y bolsas de plástico rotas se cruzaban con él a gran velocidad, que a veces lo golpeaban sólo para seguirse de largo y perderse a sus espaldas. El viento, al que Ricardo caminada en contra, era el que arrojaba la basura por la calle. Carros viajaban por la avenida, ajenos al vendaval. Las pocas personas que transitaban esas aceras, lo hacían tratando de ponerse a cubierto de la lluvia de polvo y basura. Sólo Ricardo caminaba impasible, pensando que el clima estaba como él lo sentía. Gris. No quiso recordar lo de la noche anterior, pero ya estaba ahí, en su mente. Y el sentimiento de tristeza, desesperanza, impotencia... dando paso a la ira. Pateó con rabia una señal de tránsito, ésta vibró unos segundos y luego se calló, como burlándose de él. Ricardo enfureció más y procedió a patearla con ahínco. "Hasta la destrucción", pensó. Se encontraba en el proceso, cuando un destello de luz lo congeló. Impávido, escuchó inmediatamente una terrible explosión que cimbró la acera. Olvidando la señal de tránsito, miró al cielo. Múltiples rayos azules viajaban de nube a nube, violentas descargas eléctricas se preparaban para... otro destello y el suelo tembló una vez más.

Una gigantesca gota le bañó la frente. Fue entonces cuando decidió regresar a su casa. Sus pasos rápidos se confundían con el creciente golpeteo de la lluvia sobre el concreto. Decidió correr, sus tenis de lona no aguantarían mucho tiempo secos con aquellas enormes gotas de lluvia; y su segundo y último par de tenis estaban en casa de un amigo. Y corrió. Se sintió estúpido corriendo bajo la lluvia, con gabardina negra y tenis de tela. Corrió, saltando los charcos que ya empezaban a formarse sobre las calles. Charcos sucios, negros, poco profundos. Sonrió enigmáticamente, estaba describiendo su vida. Pero justo caía en un gran charco, mojando todos sus tenis, cuando recordó que no había nadie esperándolo en su casa. ¿Y el perro? Melvin era de ella, se lo había llevado consigo.

Maldijo su maldita suerte. Y parado sobre una pequeña inundación en la calle decidió ya no correr. Y caminó. Ya sus tenis escurrían agua sucia y su pelo mojaba su espalda. De pronto recordó al anciano ebrio. Lo quiso buscar, caminó un poco y encontró los cartones húmedos. Avanzó otro poco y lo encontró sentado en el poco espacio que dejaba un portón de madera bajo un pequeño techo. Lo miró largamente mientras el viejo, hecho un ovillo, tiritaba. El viejo pareció darse cuenta de que lo miraban después de un rato.
—El cambio de los vientos negros viene. El cambio es bueno —dijo el viejo. Ricardo no se fijó en ese bigote mal cuidado, ni en esas encías huérfanas de dientes. Fueron los ojos del viejo lo que le llamó la atención. Ojos sabios, ojos vivos. Pensó en el cruel destino. Ese hombre pudo haber sido empresario, taxista, accionista, obrero, doctor, pero un giro de la vida lo mandó a dormir a las banquetas. También pudo ser un vividor delincuente y tener lo que merecía. Alzó los hombros y emprendió su camino deteniéndose casi al instante.
Sacó un billete de su cartera y lo puso en el bolsillo de la gabardina. Se quitó la gabardina y la tendió al viejo. Él lo vio inexpresivamente, después la tomó con un tinte de sonrisa. Comenzó a balbucir algo mientras se cubría con la gabardina de las gruesas gotas de lluvia.
-¿Qué? —preguntó Ricardo que no lo alcanzó a escuchar. Nada, el viejo se había quedado dormido. Ricardo continuó con su camino bajo la lluvia. El resto de su ropa, que la lluvia no había tocado, se mojó al instante y sintió frío. Metió sus manos en los bolsillos del pantalón.
—El cambio es bueno —repitió al comenzar a tiritar. Inmediatamente arrojó ese pensamiento al bote de basura mental y eludió un charco que se ponía en su camino.



7-11 de Mayo de 1998.
Colima, Col.

2 comentarios:

Gina dijo...

Estuve leyendo tu cuento...pero llegó Mia y me interrumpió...
Tienes algun cuento que pueda empezar a leer ella? Ya sabe que escribes cuentos y se preguntó que porque tan largos.....Ella ya empieza a leer ya le gusta.

Rafa Martínez dijo...

Déjame buscar uno pequeño y accesible. El de Irodim no está tan largo. El de Temores tampoco pero está un poco más complejo para alguien tan joven. Puede ser el de Fobia o el de Instrucciones Para Ver El Futuro.
Ahora que si ninguno de esos te convence, déjame buscar algo en el repertorio.
Espero que para el domingo ya esté publicado.

Dale un beso de mi parte.