domingo, 5 de abril de 2009

Sangre de mi sangre



La navaja de afeitar recorrió sutilmente su muñeca. La sangre tardó un par de segundos en emerger de la herida. Sofía observó como esa tonalidad tan agresiva escurría por su antebrazo. La gota corrió hasta su codo y cayó en una explosión carmín. Sonrió.
Termina una era, pensó, ahora es cuando comienza a emerger la verdadera vida.
Tomó la cuchilla con la mano ensangrentada y cortó la otra muñeca. Esta vez el corte fue más profundo. El dolor viajó hasta su cara, a sus labios y a sus cejas. Pero no por eso dejó de cortar. La sangre manchó la navaja.
Por hoy está bien, dijo en voz alta. Una gota chocó contra su rodilla, tiñendo un punto rojo en su pantalón. Bajó los brazos para que la sangre fluyera rápidamente. Sus manos comenzaron a llenarse de sangre. Agarró la sangre, la palpó, sintió su calidez. Escurría entre sus dedos.
El suicidio comenzaba a parecerle graciosa. Algo divertido. Podría manchar el suelo del baño con sus cuatro litros de sangre si fuese necesario. El olvido de tomar sus pastillas y la hemofilia que padecía serían suficientes. No necesitaría de agua caliente.
Sentada en la taza, con las manos juntas y los codos en las rodillas esperaría hasta que el charco de sangre se transformara en un pequeño lago. No tenía prisa por morir.
Dejó su mente volar, comenzó a viajar sin salir del baño. Y cuando se dio cuenta, estaba tan lejos que no recordaba nada. Tenía la mente en blanco… y las manos rojas.
Pasó su lengua por una herida y se limpió momentáneamente. Después volvió a cubrirse con sangre. El sabor era incatalogable. Un poco dulzón, calificó. Luego se dio cuenta que todo ese olor llenaba el cuarto. No era un gran charco, pero continuaba creciendo. Comenzaba a tener sueño. No recordaba haber visto tanta sangre junta, excepto alguna vez en su periodo.
Cansada, se recostó en el suelo del baño. Extendió los brazos junto al charco hemático y se acurrucó. ¿Tardaría aún?, pensó. La mitad de su campo visual estaba en carmín. El resto era el blanco del mosaico del baño.
Paulatinamente el charco fue creciendo hasta llegar a su pantalón y su blusa blanca con las mangas recogidas. Las prendas absorbían la sangre con avidez, como queriendo recobrar la sangre y devolverla al cuerpo que arropaban. La sangre también alcanzó el cabello de Sofía, humedeciéndolo y apelmazándolo. Pero ella no se enteró. Había cerrado los ojos hacia media hora.

Fin intermedio.

La sangre continuó fluyendo desde sus muñecas. El charco rodeó totalmente el cuerpo de la chica. Las prendas dejaron de absorber sangre, como si supieran que su esfuerzo no valdría de nada. Pero el cabello continuó humedeciéndose con ese líquido vital.
Tal como ella lo había pensado, se formó un pequeño lago con su sangre. La sangre siguió fluyendo hasta que literalmente Sofía se secó. La sangre no alcanzó a llegar a la coladera del baño. Sofía prácticamente flotaba en su sangre.
Sus padres la encontraron cuatro horas después. La sangre seguía líquida. La señora que la preparó para su ataúd, se percató de que el pelo de Sofía había adquirido el rojo de la sangre y sus lavados no consiguieron eliminarlo. Y ahora el cuerpo pesaba la mitad.
En el velorio, siempre estuvo presente ese olor dulzón que caracteriza a la sangre. Lo mismo en el cuarto de baño, además de que los mosaicos y las lozas que fueron blancos, ahora ostentaban un apenas perceptible tono rosado.

Fin final.

31 de Octubre de 2002.
Colima, Col.

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