domingo, 19 de julio de 2009

De lo que significa hacer el amor contigo.



Ahí está la mirada intensa. Tus pestañas hacia el cielo. Tus ojos brillantes y tus labios esperando el beso que llegará en un segundo. Pero tu mirada no se encuentra con la mía. Está esperando ese beso que tarda una eternidad, sólo lo que dura el acercarme lentamente hasta fusionar nuestros labios en ese beso ardiente, lleno de deseo y sentimiento. Como nuestras bocas se reconocen, buscan los labios que los llenan, nuestras lenguas que juguetean y nuestra respiración que se entrecorta.
Nuestros cuerpos comienzan a aproximarse, a tocarse, a acariciarse… Y son las manos las que mapean nuestra piel. Viajan a supravelocidades, tocando y sintiendo, acariciando lo que nos pertenece a ambos. Y comienzan a deshacerse de todo lo que no nos es necesario. Nuestras superfluas ropas caen alrededor y las evitas. No son indispensables. No cuando la calidez de nuestros cuerpos es mucho más que suficiente.
Es entonces que estamos tan cerca como dos cuerpos pueden llegar a estarlo. Tus ojos viajan en mi cara. Mis manos en tu cabello. Y en este abrazo completo de dos seres en gestación, nos volvemos uno solo al fusionar la calidez de nuestro sexo. El calor nos invade hasta el punto de desplazar toda la energía a nuestras manos, a nuestras bocas, a nuestros ojos. Y es cuando puede uno ver más allá del iris que perfora tu propio ser. Es cuando respiro de tu aliento y me alimento de tu energía. Es cuando tu cabello se enreda entre mis dedos. Es cuando tus pechos se aplastan bajo mi peso. Es cuando tus uñas rasgan mi espalda. Es cuando nuestras caderas comienzan esta marea progresiva, casi mortal.
Y los besos en el cuello, y las pequeñas mordidas, y el tomarnos de las manos, y la respiración cerca del oído, y los gemidos que llenan la habitación, y el rozar de nuestras pieles, y el vernos a los ojos, y el unirnos en un beso entre silencios de pensamientos.
Nuestros cuerpos crean electricidad con cada roce. El golpe de las olas en este acantilado. Tu respiración en mi oído. Mis manos sobre las tuyas. Sentir tu abrazo en mis sentidos. Tus mordidas en mi cuello, en mis hombros. Tu voz llenando cada rincón de mi mente en ebullición. En cada roce, en cada golpe, en cada exhalación, en cada sensación, en cada presión, en cada mordida, en cada palabra…

Y nos damos cuenta de que aún estamos ahí, de que aún nos estamos amando, y de que aún somos nosotros mismos.




10 - 17 de Enero de 2002.
México, D.F.

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