martes, 17 de junio de 2008

Tiempo en la Tierra


Era un día común para él, salir para la escuela y la rutina de siempre, ya sabes. En el micro va muy serio, viendo por la ventanilla como siempre y con un semblante de hastío, de resignación, de sobrevivencia. Ve cómo los compañeros de la escuela van subiendo al micro y se sientan, unos permanecen parados, platican. No conoce a nadie, nadie lo conoce; sin embargo se ven en la escuela. Él sigue viendo por la ventana cómo las personas, las casas, los carros pasan vertiginosamente y se quedan rezagados atrás, haciendo parecer que todo se mueve más lento allá atrás. Ve cómo un yeta da una vuelta prohibida, cómo un perro orina en una barda haciendo un charco diminuto, cómo el tiempo corre como ese joven que quiere subir al micro en movimiento y se le escapa de entre las manos como le sucede al chico... con la certeza de que tal vez el resto del día sería diferente si hubiera alcanzado, si hubiera podido, si hubiera logrado...
Una joven se sienta junto a él. Tendrá unos 22 años, tal vez menos, muy bella y muy bien formada, vistiendo un vestido blanco, muy elegante, vaporoso, pero que sensualmente le delinea sus curvas mujeriles. Lleva un clavel rojo carmesí en el pecho. Es blanca de piel, pero su pelo es negrísimo, al igual que sus ojos, pestañas y cejas, manos delgadas y finas, labios color rojo-del-clavel-en-el-pecho y la pintura de las uñas del mismo color. Está muy maquillada, con peinado de salón (o casi) y muy formal, como si fuera a una fiesta y ella fuera la festejada, pero ¿una fiesta en la mañana? Se ve muy bien. Sus curvas son firmes y su cintura reducida, muy reducida, dando la impresión que la chica se va a romper en cualquier momento. Todo en ella es armonía, excepto su mirada, que es profunda, triste, reveladora y con un brillo extraño, medio turbio y casi inexistente, hasta cierto punto lúgubre. No encaja con ella.
Él la ve que se sienta muy junto y al verle las piernas blancas y largas a través de la abertura del vestido hasta medio muslo, empieza a imaginar cosas, muchas cosas. Demasiadas, tal vez.
Ella se da cuenta que la mira y ella hace lo mismo con él, desde abajo, con los tenis maltratados y sucios, subiendo por los pantalones de mezclilla en las piernas, la cintura, la playera pintada del pecho, la incipiente manzana de Adán del cuello y la cara, con barba adolescente y acné. Él se inhibe porque ella está viendo que él, a su vez, le está viendo las piernas. Se sonroja y voltea la cara. La chica sonríe.
Llegan a la parada de la escuela y él espera que todos bajen para pararse y bajarse también. Empieza a pararse y a pedirle permiso a la chica, que le obstruye el paso hacia el pasillo, cuando la mano de ella se posa en su mano y lo detiene. Él se queda extrañado, viéndola, estando a la expectativa, en silencio, totalmente quieto mientras todos los alumnos bajan. El micro arranca y aún se le queda viendo sin pronunciar palabra, aún después de tres cuadras. Hasta que ella, por fin, sonríe, le suelta la mano, y desvía la mirada. Él se queda confuso pensando si bajar en ese momento e irse a la escuela caminando o quedarse en el micro, con la muchacha y ver que pasa. Y en lo que toma una decisión, la escuela ya quedó muy lejos y no le queda otra que tomar la otra opción, quedarse con ella (¿con ella?).

Ya casi esta vacío el micro después de 10 minutos y la chica se para tomándole la mano al chico, lo jala suavemente haciendo que se baje con ella. El chofer los mira por el espejo, al parecer disgustado. Se bajan los dos y callados caminan por entre las calles. Después de algunos pasos él pregunta: ¿Adónde vamos?, pero no recibe respuesta alguna. Siguen caminando, agarrados de la mano. El lugar es extraño: calles polvosas, ni un alma caminando por ahí, ni un ruido de ciudad, casas con la pintura cayéndose a pedazos, sin perros, sin autos, con el sol cayendo a plomo, y sólo dos árboles, uno en cada banqueta. Él nunca había estado por esos rumbos, hasta parece un pueblo fantasma y no una colonia alejada de su ciudad. Después de haber observado rápidamente toda la cuadra fantasma, frente a una casa de la derecha se detienen, ella busca algo entre su diminuta bolsa (¿traía bolsa en el micro?), saca unas llaves y entran.

La casa es sorprendente. No es del tamaño que por fuera aparenta. Es muy simple por fuera pero adentro cuenta con todos los lujos que uno nunca hubiera imaginado.
Hay una alfombra de piel de tigre, al parecer de Bengala por el enorme tamaño, en el centro del recibidor; las cortinas son de bordados chinos, blanquísimas; mas adelante hay un tapete persa sobre el entarimado de cedro rojo; también unos sofás muy grandes, lujosos y hasta góticos; una pintura famosa, seguramente una réplica, "Trigal con cuervos" de Van Gogh y a su derecha unas escaleras hacia arriba y otras hacia abajo. Extrañado, reflexiona: ¿hay segundo piso?, ¿hay sótano? La chica lo empuja sobre un sofá y le ordena, en tono seco: Espérame ahí. Y se dirige a las escaleras, las sube con paso rápido, llenando toda la estancia con los golpes de los zapatos de tacón. La voz de la chica, que al fin oye, le parece de lo más seductor, ágil, armoniosa, pero a la vez, inocente y firme. El chico está embelesado por la muchacha (tal vez 21 años) y cuando se queda solo empieza a pensar cómo llegó hasta allí.
No fue mi culpa (¿culpa?), ella me tomó de la mano y me trajo hasta aquí. Pues no la rechacé por que... por que... Si, me gusta mucho, pero es más grande que yo. Jajaja, como si ella fuera a... Mejor me voy antes que salga de donde quiera que esté. Si eso voy a hacer. Ya me voy, ya estoy saliendo...
Pero se queda donde está, viendo la casa semihipnotizado y totalmente inmóvil, casi sin respirar. Ve hacia la calle por un ventanal grandísimo y cristalino, dándose cuenta como contrasta la elegancia del interior de la casa con la sencillez y de las fachadas de las casas que están afuera. ¿Serán esas casas como ésta?
¿Nos vamos?, le dice la chica. Asustado por que no la oye venir voltea y la ve. Pero no es la misma con la que entró. Su vestido blanco, largo y elegante ya no lo lleva sobre el cuerpo, así como el clavel rojo, ahora solo viste una playera blanca muy ajustada que dice "A second place is always the first loser" en letras negras y difusas, unos yins color azul desgastado y unos tenis blancos, tirando a grises por el uso continuo. También su cara cambió radicalmente. Su pelo está suelto y es largo, llega a media espalda, su cara ya no lleva tanto maquillaje como hace rato y la hace ver más joven ¿19?. De hecho, sólo lleva un color rosado fuerte en los labios y muy poco delineador negro en los ojos. Su mirada es ahora lo más vistoso en ella, haciendo a un lado su figura y su porte, teniendo un brillo inusitado y mucha actividad, mirando a cada rincón de la casa. Su boca no sólo es unos labios delgados y seductores, ahora se dibuja una gran sonrisa y es eso lo que a él le hace decir: Vámonos.
En el camino nota que su estado de ánimo también cambió, por no decir su carácter. Ahora platica más cosas, se ríe, bromea y hasta brinca y corre. Él no comprende, primero callada y excesivamente elegante, ahora informal y muy platicadora. Bueno, que sea lo que ella quiera. Le propone ir a un café. Ella lo mira con un poco de extrañeza y picardía. ¿Un café? No, mejor vamos a un bar. Yo conozco uno muy chido, ponen buenas rolas y el ambiente esta cul.

El bar está por el centro de la ciudad, está en un segundo piso y casi a obscuras. Unas lamparas de luz negra iluminan la entrada, haciendo que fulgure fantasmagóricamente la blusa de la chica. Unas velas negras iluminan las mesas, en donde también hay ceniceros semiesféricos. En las paredes hay pósters de conciertos, de películas, de grandes músicos, pintores y directores fílmicos, los cuales son iluminados por diminutas lamparas, que no dejan escapar mas allá la luz. En el centro del local esta una barra, apenas iluminada y atendida por un muchacho.
Ella entra y se dirige directamente a una esquina, la más obscura del lugar, como si ya conociera a la perfección el camino. Él la sigue preguntándose a dónde entró. Se sienta y la mira a los ojos... ella hace lo mismo y se quedan inmóviles hasta que llega el chicobar y les pregunta que van a tomar. Yo un Cristal. Para mí lo mismo, por favor, dice él, por no saber que pedir. Ella sonríe mientras saca un cigarro largo de su bolsita (¿traía bolsita?), lo enciende con una llama diminuta de entre sus dedos y aspira larga y profundamente. Exhala y el humo sube en espiral, hacia el techo, muy lento, retorciéndose, anudándose, comprimiéndose y compactándose, retrocediendo y avanzando, evaporándose, desvaneciéndose, disipándose...
Voltea y ella sonríe mirándolo, se agacha y tira la ceniza aun sonriendo, le mira otra vez, apuntándole con sus pestañas larguísimas y ese brillo tan vivo. Él le pregunta su nombre y al instante ella deja de sonreír y se agacha, vuelve a agitar su mano, tirando una ceniza inexistente, y otra vez, y otra vez. Vuelve a inhalar del cigarro y exhala. El humo sube, se expande, se pierde. Puedes llamarme como más te guste. Pero, ¿cuál es tu nombre? No tengo nombre.

Se queda callado, mirándola fijamente como si quisiera sacarle el nombre con la mirada, pero ella está impasible y serena, también lo mira y le ofrece un cigarro. No, gracias, no fumo. Y voltea a ver al chicobar que ya les trae sus bebidas. Ella saca rápidamente de su bolsita un billete de 50 pesos y se lo entrega, el chicobar se retira y él se queda viendo al Cristal. Es un vaso de más o menos 400 ml, más alto que un refresco de lata, con el mismo grosor y totalmente transparente, el contenido también, como si no tuviera contenido el vaso, algo intangible, incorpóreo, invisible. Ella levanta el vaso y le sonríe a través de él, lo inclina y hace ademán de beber algo del vaso, o... ¿está bebiendo realmente? Él levanta su vaso y está pesado, tiene algo, ve la superficie de algún líquido dentro del vaso, lo huele pero no despide olor alguno. La puede ver que lo mira, sonriéndole con ternura.
Ya ha dejado su vaso y observa el lápiz labial rosa en la orilla del vaso, así como una línea apenas visible un poco mas abajo, denotando la presencia de algún líquido. Se anima a probar el Cristal, líquido transparente, diáfano... Lo prueba y su nombre describe su sabor, su nombre lo dice todo. No tiene sabor, es como beber cristal líquido, cruza la garganta suavemente, aun más que el agua misma y se vuelve intangible después de la garganta, se pierde dentro del cuerpo, se va...
Se vuelve todo tan vívido, tan luminoso, tan cegador que se extraña de sobremanera y solo reacciona entrecerrando los ojos. Alguien debió prender la luz, por eso se ve tan claro, por eso me he quedado casi ciego, pero ¿donde estoy?, esto no es el bar. Y no logra ver mas allá de la extensión de sus brazos por una neblina blanca que comienza a cubrirlo todo. ¡Miranda! ¿Por que Miranda? No me ha dicho su nombre. Está perdido, gira y voltea, pero la espesa niebla no permite ver muy lejos, es casi una nata, muy densa y rígida, no se puede mover con facilidad, se pone más densa y casi tiene que nadar, pero el agua esta fría, entumiéndole los brazos y piernas, no se puede mover. Sus movimientos se aletargan, se van haciendo más lentos. ¡Me congelo! ¡Miranda, ayúdame por favor! Ven, estoy por acá. Solo sigue mi voz. La voz suave hace que reaccione y empiece a nadar hacia una dirección pero, ¿es la correcta? Sigue nadando, la voz ya no se oye. Solo suena el chapoteo del agua, y éste se va haciendo mas leve, más suave. Él está dejando de nadar, se va dando por vencido, solo murmura algo inaudible, y queda boca arriba, murmurando, flotando.
El agua va tornándose rosa al mismo tiempo que la niebla se va dispersando. El agua cada vez más roja, hasta tomar un color sangre cuando la neblina ya no está. Flotando en el agua roja se encuentra acostado sobre una roca color sangre, con el sol iluminando su cara. Abre los ojos y ve el sol, lo cega, trata de evitarlo pero es muy fuerte, se para y agacha su cabeza. Pero se acuesta boca abajo inmediatamente, se da cuenta que la roca-sangre está en la cima del mundo, que es una columna con base en algún lugar, pero es solo un tiempo y un espacio. Se asoma al borde de la roca y sólo la nada. La Nada. Solo a lo lejos se ve otra columna de rocas-sangre, pero no hay nadie sobre ella. ¡Hola! Y el eco, angustiado como él, está presente. Se queda en un silencio estremecedor, realmente no hay ruido alguno. Ninguno. Espera, sí, hay uno. Es algo como galleta, como que cruje, que se desmorona. Pero no son galletas, aquí no hay galletas, es la roca color rojo. Se derrumba la columna de rocas rojas, lentamente por las orillas. ¡Auxilio! ¡Me caigo, sálvenme! Pero sólo el eco, mientras la columna se desmorona, se hace más delgada, trata de mantenerse en el centro, mientras las orillas se van perdiendo en el vacío, se las lleva el viento. No había viento. ¡Auxilio! Se hace más delgada la columna en la cima del mundo, cada vez menos espacio donde pararse. Y el viento, que cada vez es más fuerte, lo empuja, lo mueve, lo quiere tirar, y lo va a tirar, si no lo hace primero el derrumbe. Ya queda muy poca roca roja, ya no hay donde pararse y es cuando una fuertísima ráfaga de viento lo empuja y lo arroja al espacio, lo arrastra, lo lleva, lo pone a flotar, lo hace volar, y vuela... Ya esta volando sobre su ciudad, la reconoce, sus calles angostas, el olor pasivo, el verde de sus jardines, el color de sus edificios. El parque central, que bonito se ve desde arriba... ¿Donde estará el bar? Y vuela en dirección del bar... No vuela, planea, no necesita de esfuerzo alguno. Ve el bar y entra flotando, se dirige hacia la mesa de la esquina que hace unos momentos ocupó, ve a la chica, se sienta junto a ella, ella tiene un cigarro largo en la boca, aspira con fuerza, arroja el humo y el vaso, con la mitad de contenido, queda oculto momentáneamente entre el humo, el cenicero igual y su propio vaso, con líquido transparente, ya esta casi vacío. Ella sonríe.

¿A donde fuiste? ¿Qué, cómo sabes que me fui? No estabas aquí, supuse que estabas en otra parte, dime, ¿te gustó? No sé, me dio miedo... y se sorprende (¿se asusta?) que esas palabras salgan de su boca, él jamás aceptaría tener miedo. No te preocupes, yo también salí, pero no te encontré donde yo estaba, solo te oí, pero no te vi. ¿Cómo era donde tu estabas? Mmmh, pues era muy obscuro, no veía nada, pero se sentía vasto, enorme, no lograba imaginar donde acababa. Después me encontraba en el fondo de algún lugar, con eco, y rocas por todos lados, parecía un laberinto, muy tenebroso. No me dio miedo, pero sí alegría, como una especie de felicidad, de satisfacción, al no encontrarme en donde estoy, como si estar ahí fuera especial, como si mi destino fuera estar en ese lugar... me gustó. Como si no existiera la muerte, como si fuera una leyenda, como si fuera una puerta hacia algo, como un fin para iniciar algo, como el principio del final.

El vaso de cristal está vacío ahora, tiene un cigarro entre los dedos y el humo sale de su boca. Ella mira como sube el humo, como se dispersa. El humo aumenta, crece, despierta, se despereza y toma forma y colores, se mueve, juega con las luces y con las corrientes de aire que se cuelan desde la puerta... pero se calma, se entristece, se esfuma, se disipa y muere entre la colilla y el cenicero. Él la ve y también ella apaga su cigarro al tiempo que le pregunta que creía que no fumaba. Él alza los hombros en señal de “yo también” y salen del bar. Sin hablar, toman un taxi, ella pronuncia una dirección extraña y ve por la ventanilla izquierda, mientras él mira por la derecha. Siente que va rumbo a la escuela, viendo las personas, los coches, las señales, las casas pasar vertiginosamente hacia atrás, cómo todo parece ir mas lento cuando se queda allá atrás. Siente una mano sobre su mano y voltea. Ella lo cautiva con ese brillo de sus ojos, tan hipnótico, tan sublime, tan difuso... Él se acerca y la besa suavemente, ella responde con esa boca suave y cálida, como sus labios se unen y se frotan, una mano le roza la cara y le toma el cabello negrísimo, largo y pesado; la mano de ella hace lo mismo pero con el pelo diminuto, cortado casi al rape de él, parece cepillo, áspero y rígido, lo frota con fuerza y (casi) brusquedad.

El taxi se detiene, han llegado. Él se baja rápidamente para pagar el pasaje, pero en cuanto ella se baja, el auto arranca violentamente, dejando una nube de polvo alzado por las llantas al girar sin punto de apoyo sobre la tierra suelta. Se quedan parados a mitad de la calle mirándose mutuamente a través de la cortina de polvo, hasta que ésta desaparece y pueden verse claramente. Ella se dirige a la casa pero él se queda inmóvil, ella regresa, lo toma de la mano y lo jala hacia la casa. No opone resistencia pero tampoco se deja llevar fácilmente. Ella abre la puerta, entran los dos, lo jala hasta un sofá, lo suelta y sube las escaleras sin decir nada. Él se queda impasible a un lado del sofá y la ve subir sin hacer ruido con los tenis semiblancos. Alguna fuerza lo empuja suavemente hacia las escaleras y lo hace subir por donde hace unos segundos subió ella. Va caminando y respirando el aroma que deja ella al caminar, provocándole un suspiro, una alegría y una desesperación. Sigue el olor a través de un pasillo largo con muchas puertas, demasiadas, escoge una al azar y la abre.
¿Cómo saber si es la correcta? Pero es la correcta, y ella esta ahí, parada frente al espejo que refleja la imagen de él en la puerta, observándola justo cuando ella está a punto de quedarse totalmente desnuda. Desiste de quitarse la ínfima prenda blanca que es la única que le cubre alguna parte del cuerpo, en este caso la región púbica y lo mira a través del reflejo del espejo. Él la ve imperturbable. Es una diosa, la curvatura perfecta en cada una de sus partes, la tensión de la piel es exacta, la espalda es adornada por su largo pelo que le cubre la mitad y el resto se va angostando hasta terminar en una cintura delgada, para crecer de nuevo en sus redondas curvas de las caderas, las piernas son largas y perfectas. Ella voltea para verlo de frente. El vello que le alfombra el vientre es diminuto, casi imperceptible, los senos son firmes y llenos, sin llegar a ser grandes, el cambio de color de piel en ellos es rápido, fugaz y súbito, sus pezones empiezan a crecer, a endurecerse. Camina hacia ella y es ella la que se queda impávida. Él la toma del cuello y la besa largamente, ella no responde, esta temblando, pero inmóvil. La abraza y sus senos se aplastan contra su pecho, sigue temblando, cada vez mas perceptiblemente. Él se separa y la ve a los ojos, ella mira hacia otro lado, hacia un vacío entre el buró y la puerta del baño.

Él la forza a verlo a los ojos, pero casi inmediatamente se arrepiente, sus ojos lo queman, lo desnudan, lo perturban y lo matan lentamente. Desvía la mirada y tropieza con el espejo, que le muestra el marco de la puerta donde él estaba parado. Regresa para cerrar la puerta, mientras respira un poco aliviado de evitar esa mirada devastadora. La cierra y voltea recargándose en la puerta. La ve de nuevo, parada, prácticamente desnuda, mirando al suelo y temblando junto al espejo de cuerpo entero. Él se va quitando la ropa, despacio, con calma, hasta quedar completamente desnudo. Avanza hacia ella y ella se rehusa a verlo a los ojos, los clava cada vez más en la alfombra color pastel. Ya están juntos de nuevo, pero no lo ve y él no la toca. 3 minutos en completo silencio. La toma de la cintura, ella se estremece, sigue temblando y él comienza a quitarle la ultima prenda que ella lleva puesta. Bajando y cada vez más abajo, más abajo, y cuando llega a los tobillos, algo cruza el espacio entre él y ella, algo rápido, pequeño e incoloro. La voltea a ver y cae otra lágrima, ella llora y tiembla en silencio. Se para y le levanta la cara para que lo vea directo a los ojos. Esos ojos negros le quieren decir algo, le quieren decir su nombre, le quieren decir que era el Cristal, le quieren decir por qué lo escogió a él, le quieren decir por qué la casa parece más grande por dentro, le quieren decir a donde llevan las escaleras hacia abajo, le quieren decir por qué el taxista no les cobró, le quieren decir por qué el vestido blanco y vaporoso, le quieren decir la verdad, le quieren decir tantas cosas… Pero las lágrimas lo ocultan y él no puede, no quiere o simplemente, no se da cuenta de la importancia que tienen esos ojos negros, brillantes y llorosos. La toma de la mano y la lleva hacia la cama, ella, dócil, se deja llevar y se acuesta en la cama. Tiembla aún.
Él la besa en la frente, en la sien, en las mejillas, en la boca, el cuello, los hombros, los brazos, las muñecas, las manos, las manos, las muñecas, los brazos, los senos, el vientre, la cintura, el pubis, los muslos, las rodillas, las pantorrillas, los tobillos, los pies, los pies... Ella ya no tiembla, él la acaricia, suave, despacio, cálidamente por todo el cuerpo. La besa en la boca, ella se queda quieta unos segundos, pero luego le responde el beso y lo abraza, lo atrae hacia ella, lo cubre con su cuerpo, lo besa en la frente, en la sien, en las mejillas...

Despierta y ella lo está mirando con una sonrisa en los labios y un cigarro entre los dedos. Él la besa largamente, largo tiempo, todo el resto del cigarro. Ella se levanta y se encierra en el baño, con seguro. Él decide quedarse en la cama al oír el seguro. 15 minutos. Ella sale con el vestido blanco, largo y vaporoso con el que la vio por primera vez en el micro, con el mismo peinado y el mismo maquillaje, muy elegante, solo que también con la misma mirada, seca, impávida, sin brillo, lúgubre, profunda. Le quiere preguntar por qué, le quiere preguntar quien, le quiere preguntar tantísimas cosas pero algo lo detiene (¿acaso esos terribles y tristes ojos?), desiste de su idea y se viste en silencio, mientras ella lo espera en el quicio de la puerta. Termina de vestirse y ella va escaleras abajo, él la sigue como autómata, llegan a la sala, salen a la calle y ahí esta un taxi esperando, con motor encendido. Ella abre la puerta y lo espera parada junto al taxi, él no comprende de momento, hasta que a ella le brota una lagrima, negra por el maquillaje. Claro, la despedida. Él no quiere subirse solo y dejarla ahí, con su sufrimiento, se lo dice, le pide quedarse con ella, le pide que lo acompañe a su casa, encontrarán la forma de arreglar esa situación, juntos lo lograrán... pero ya está arriba del taxi, solo. No me busques, no me encontrarás, le dice y lo besa rápidamente, casi con temor. Cierra de un portazo, el taxi arranca violentamente y las llantas, al girar sin punto de apoyo sobre la tierra suelta, dejan una cortina de polvo, como neblina, que oculta progresivamente el pasado. Él se voltea para verla alejarse de su vida tan repentina y extraordinariamente como llegó, pero solo logra ver su silueta a través de la cortina de polvo, de la neblina. Se la imagina sacando un pañuelo de su diminuta bolsa (¿traía bolsa?), limpiándose la lágrima llena de maquillaje y regresando a su actitud impávida que tenia cuando la encontró en el micro.
Pero ya han llegado a su casa (¿cómo supo donde vivo?), se baja del coche, tambaleante, para pagar el importe del viaje pero el taxi arranca violentamente, dejando otra cortina de polvo, haciéndole saltar las lagrimas al recordar a la chica del vestido blanco y vaporoso.


Al día siguiente no va a la escuela, toma un taxi y le guía hasta donde estaba la casa, sólo para confirmar lo que sospechaba desde la víspera. No existe la casa, sólo es un lote baldío. Le guía hasta el bar donde fueron el día anterior, con una pequeñísima esperanza, que se esfuma al advertir que no es un bar, es una biblioteca y además es de un solo piso. El taxista lo mira con desconfianza. Él solo murmura: La he perdido, y el taxista parece comprender de inmediato, soltando un: ¡Mujeres!
Él le pide que lo lleve a su escuela, como parada definitiva. En el trayecto, él sólo va viendo por la ventana cómo los coches, las personas, las casas, los postes, los semáforos pasan vertiginosamente y se quedan allá atrás, haciendo parecer que todo se mueve más lento allá atrás.



Noviembre-Diciembre 1997.
Colima, Col.

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