martes, 22 de julio de 2008

Demonio


El demonio despertó, y con él un sinnúmero de pequeños diablillos. Todos ellos inquietos y juguetones. Todos traviesos. Brincaban y corrían, trepaban y caían. Papá demonio dijo: "Salgan, hijos. Vayan a destruir el mundo." Y todos ellos brotaron, destruyendo el sustrato. Mi cuerpo vibró y mis vísceras estallaron, millones de pequeños demonios salieron de mi hígado, de mi estómago, mis pulmones, mi cerebro... Felices, comenzaron a destruirme con sus trinches, picoteaban mis recuerdos, mis sentimientos, mis malos momentos. Destruían célula a célula mi agobiado organismo. Mi defensa solo produjo risas hirientes y burlonas, y me atacaron con más saña. Poco a poco fueron reduciendo mi ser a pequeñas partículas dispersas por el suelo, pequeñas e irreconocibles. No pude soportarlo y decidí morir. Un demonio enorme llegó a mí y me dijo: "Estúpido. ¿Qué haces aquí? Eres un insensato. ¿Cómo te atreves a destruir la alegría de mis hijos?" Le contesté que estaba cansado de que esos demonios me laceraran con sus pequeñas armas, que destruyeran mis carnes y dejaran al sol mis sentimientos. "Eres como todos los mortales... Imbécil." Fue entonces cuando desperté, y creí que todo había sido un sueño. Sí un sueño. Ahí estaban mis manos, mis pies, mi cuerpo completo. Pero había algo raro: eran mis manos, pero no eran mis manos. Ni mis pies, aún cuando se movían a mi voluntad. Me di cuenta que había vuelto a nacer, era de nuevo yo. Todo otra vez. Pero no fue lo peor: En la reja de mi cuna, a centímetros de mí, millones de diablillos, sonriendo, esperando, observando...

20 de Julio de 2001.
¿México, D.F?

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