miércoles, 23 de julio de 2008

En el camino


Patéticamente anormal es ahora, cuando tomamos por este camino en el que no existen desviaciones, ni vueltas, ni retornos. No existe la reversa y a veces dudo que existe un adelante. El asfalto se pega a las llantas como esos chicles frescos y aún húmedos que simplemente aparecen debajo de tu zapato cuando ya no hay modo de saltar, de evitar la goma de mascar; o mejor aún, se pega como la suela de los tenis a la banqueta en esos días en que el calor parece tener rienda suelta y corre como demonio por las calles, mientras que deja atrás el viento que calmaría ese bochornoso día. Pero las llantas del coche siguen trabándose, siguen derritiéndose y cada vez avanza menos, y nos aletargamos más.
Y no solo las llantas son las que se pierden en el paso del tiempo, también las señales, las líneas de la carretera y hasta la visión a través del parabrisas. Ves a los limpiadores funcionar sin nada que limpiar, y eso en un momento porque ahora ya ni siquiera están los limpiadores, ni la palanca que los acciona, ni donde debería estar sujeta la palanquita. Uno mismo ve con asombro cómo deja de avanzar lentamente, como pierde el espejo retrovisor y el marcador de gasolina. Cómo deja atrás medio motor y los faros con las altas puestas siguieron de largo y lo dejaron a uno aquí botado. La palanca de velocidades hace tiempo que dejó de existir y tu asiento prácticamente está siendo comido por termitas que, por supuesto, ya no están. ¿Qué haces contra eso?
A veces pienso que pienso demasiado, pero a veces pienso que realmente no estoy pensando tanto, y lo que pienso son puras tonterías. Pero es difícil pensar cosas coherentes cuando tu auto acaba de desaparecer bajo tus ojos… y bajo tu trasero, porque después de todo, en él ibas sentado. Además, es medianamente estúpido el estar esperando aventón de alguna persona que pase por ahí, cuando lo primero que viste que ya no viste más, fue la propia carretera. ¿Dónde demonios se pide aventón en una carretera que no existe para llegar a un lugar que no va a estar ahí cuando uno llegue?
Es por eso que para evitar pérdida de tiempo (y consecuentemente comenzar a dejar de verse uno mismo) comienzo a caminar rumbo a no sé donde y espero que sea el correcto, porque para estos momentos, creo que el sol ya no me indica para dónde es el oeste y cuál el oriente. Me indica que estoy totalmente perdido y que cualquier cosa que haga de ahora en adelante, será ganancia. ¿Ganancia para quién?
Tal vez debería decir que ganancia para qué, porque a lo lejos parece venir un coche que pueda darme un aventón a cualquier parte que no sea este remolino que me sacó de mis casillas y me devolvió a este imprudente destino que aún no encuentro cómo llegar. Aunque para estos momentos estoy pensando que podría suceder lo que en léxico vulgar se denomina reacción en cadena. Y es que pensándolo prospectivamente, podría suceder que si esa persona viene en esta dirección, entonces vaya rumbo a la dirección que yo tenía en un principio, y a la que es probable que llegue con cierto retraso. Entonces al darme aventón, podría suceder de nuevo lo que sucedió en algún momento, y quedaríamos en el punto de inicio (pero término al fin y al cabo) y no existiría desplazamiento neto desde mi punto de vista.
Ahora, que si sigue de largo y no me da aventón, es probable que también le suceda lo que sucedió, porque el punto de partida es similar y el destino ídem, aunque no tendría porqué desearle mal a alguien. Es probable que él llegue a su destino, aunque para mí el resultado de movimiento seguiría siendo cero.
Y a la postre, pues creo que no sucederá lo que quería que sucediera, y veré a lo lejos el coche que perderá velocidad, intensidad y color. Entonces se transformará en un punto en movimiento que tendrá un inequívoco color gris que poco a poco irá desapareciendo junto con el objeto que lo portaba y quedará una figura humana, que de lejos bien podría ser de una fémina por la falda que porta y el cabello que le revolotea alrededor.
Al verse desamparada y sin la presencia de su automotor que debería de conducir hasta el destino que ella eligió, y no desparecer así nomás, como por arte de magia, caminará unos minutos (que además deduzco que ella no poseía la misma potencia o intensidad que me poseyó a mí, ya que su auto la abandonó varios cientos de metros más atrás, si tomamos en cuenta la dirección origen-destino) y llegará ingenua y despreocupada a mi lado, tratando de aparentar (será muy buena actriz) que nada anormal sucede por estos días y nada podría ya sorprenderle, excepto el que alguien encienda un cigarro de “esa” marca y a pesar de eso, no le haya ofrecido primero, caray, que modales tiene la gente hoy en día. Obviamente soy un estúpido palurdo que no ha leído a Carreño y lo profesa a los cuatro vientos diciendo que tiene ella razón, que desde hace unos momentos estaba yo pidiendo aventón (perdón, ride) y ningún alma se apiadó de esta alma que tan necesitada estaba. Y claro es, que después de haber hecho enésimos ademanes para sugerir que ella también quería fumar, tuvo que rebajarse a pedirme un cigarro, por favor, aunque sea de “esa” marca. Ah, pero como no, si un cigarro no se le niega a nadie, excepto al inepto que te pide cigarros día tras día, como si a uno no le costara sobarse el lomo para sustentar su vicio, ¿verdad? Con el cigarro a escasos dos centímetros de la boca y en espera de una llama que se acerque a inicializar el consumo consecutivo de su tabaco en tubo, omite la respuesta y comienza a asombrarse de cómo es posible que exista alguien en el mundo que sea tan vulgo, tan ordinario y tan falto de tacto y educación. Por supuesto a estas alturas, ya me he dado cuenta de cómo es el juego, y le tiendo el encendedor mientras advierto falsamente que a veces no prende, pero si le sigues, ya jala. El encendedor, obedeciendo a mis mentiras, no quiere prender y ella hace un gesto atenuado por el cigarro y persiste en su intento hasta lograrlo, tenderme el encendedor y no dirigirme la palabra mientras ve hacia el lugar de donde creé que llegó, pero por una extraña razón, yo sé que no es ese el lugar por donde llegó.
Es bella. Zapatos altos, pelo suelto y casi rizado, negro, ojos (imagino, porque los lentes no me dejan verlos bien) grandes y brillantes, boca carmín y una piel que se antoja besar a cada instante. Podría jurar que su desamparo lo oculta tras esa conducta de prepotencia y soberbia, pero aquí entre nosotros, espera que proponga una solución. Y como el buen caballero que soy solo le pregunto que a dónde iba. Alza casi imperceptiblemente un hombro y fuma con delicadeza. Y de dónde venía, si no es indiscreción. El mismo hombro y otra fumada. Bueno, y ahora que hacemos, ya que los dos estamos varados aquí, en medio de algún lugar que no sabemos ni siquiera cuál es. Gira exorcistamente la cabeza, clava su mirada en mis ojos cínicos y divertidos, y vuelve a su posición habitual. Ah claro, su respectiva fumada. Solo alcanzo a pensar que si seguimos así, pronto se acabarán los cigarros.
Con el viento caliente y apenas perceptible, su falda ondea como en película y sus piernas (en efecto) de película se dejan ver más arriba. Supongo que no querrá tener un poco de sexo casual conmigo en la arena, y sólo lo pienso, no vaya a ser que las altas esferas de la sociedad y abolengo hayan desarrollado prodigiosamente el oído así como lo hicieron con sus glándulas venenosas.
Bueno, exactamente no sé de dónde vengo ni a dónde voy, pero iba hacia allá, y hacia allá voy a ir, aunque llegue un poco tarde, el tiempo nunca ha sido alguna de mis prioridades, ¿gusta? Y sin esperar respuesta me echo a caminar lentamente, para darle tiempo de réplica o seguir mis pasos entre esa arena tan parecida al talco en consistencia. Lamentablemente, no se le ocurre ningún sarcasmo a tiempo para que lo pueda oír, y sus pasos me siguen solo hasta que estoy lo suficientemente lejos como para sentirse realmente desamparada y casi gritar que ella también iba para allá, y no le importaría que la acompañe. Sonrío.

México, D. F.
21 de Junio de 2004.

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