domingo, 3 de mayo de 2009

Amor de paso


Entraron los dos al cuarto del hotel de paso. Al encender la luz, el tamaño del cuarto decreció al instante, mostrando una cama mal tendida, un buró, una puerta entreabierta que daba al diminuto baño, y un foco de 75 colgando de un techo de concreto sin pintar.
—Por 30 pesos la hora, ¿qué esperabas? ¿Yacusi? —dijo Alejandra al ver el titubeo de él. Él volteó y la miró condescendiente, diciendo con la mirada “ya lo sé”.
—Desvístete y métete a la cama —ordenó secamente. A ella no le molestó el tono de sus palabras. Ya estaba acostumbrada a los clientes que tiene sus desplantes de prepotencia. Sólo cerró la puerta, casi azotándola, y se dirigió a la cama. Arrojaba toda su ropa al suelo en el camino a la cama, mientras él, el anónimo en turno, entraba al baño.
Al estar desnuda, se metió entre las sábanas, sintiéndolas frías por un instante. Esperó.

Después de 10 minutos de esperar entre las sábanas, salió Anónimo del baño y le pareció que tenía los ojos rojos. Cubrió la distancia entre el baño y la cama, quedándose momentáneamente de pie, junto a la cama. Ella lo miró con extrañeza desde la almohada. Él, después, quitó todas las sábanas de sobre su cuerpo, dejando sólo una: la más delgada. Con ella, cubrió el cuerpo de Alejandra, totalmente. Alejandra veía sombras a través de la sábana, pero muy difusas. Agudizó el oído.
Por ser delgada la cubierta de su cuerpo, dibujaba perfectamente sus facciones, sus curvas y depresiones femeninas. Alejandra conocía algunos de los juegos eróticos de sus clientes, pero éste era nuevo para ella. Sintió que Anónimo se acostaba junto a ella y se volvió para abrazarlo, quitarle la ropa y comenzar el sexo. Pero él, firmemente, la tomó de los hombros y la obligó a quedarse acostada boca arriba, cubierta con una delgada sábana, de la cabeza a los pies, sin pronunciar palabra. Ella, con un dejo total de extrañeza, accedió y al instante, sintió cómo las manos gruesas y pesadas de él, recorrían su cuerpo sobre la sábana. Cómo le tocaba la cara, descubriendo sus facciones. Cómo le recorría los hombros, los brazos, los senos. Cómo acariciaba el abdomen, el ombligo, el pubis. Cómo rozaba su vello púbico. Cómo viaja por sus piernas, por sus rodillas, por sus tobillos, por sus pies.
—¿No vamos a coger? —dijo Alejandra, pero al oír su propia voz rebotando en el silencio del cuarto, se arrepintió. No era la forma adecuada, para el momento, de expresarlo.
—No —dijo Anónimo simplemente con una voz neutra, sin acento, y siguió acariciando su cuerpo sobre la sábana. Unos segundo después, le pareció oír al hombre llorar en silencio. Se descubrió la cara y alcanzó a verlo limpiarse una lágrima con el dorso de la mano. Ella lo miró fijamente a los ojos, pero la mirada de él estaba sobre la rodilla redonda y lisa de ella. Por fin, tuvo el valor de mirarla a los ojos y ella le preguntó con la mirada.
—Discúlpame, soy un estúpido —murmuró como excusa y comenzó a desvestirse.
Ella lo miró detenidamente mientras terminaba, y cuando estuvo desnudo, se metió entre la sábana delgada y la cama, junto a ella. Lanzó un suspiro y comenzó a tocarla, fríamente. La penetró toscamente y comenzó a hacerle el amor. Ella, haciendo gala de su mejor actuación, le acariciaba la espalda, disfrutando el momento. Pero segundos después, él se detuvo y comenzó a llorar amargamente. A ella ya nada podía extrañarle después de todo lo que sucedió esa noche.
Él se acostó a lado de ella, viendo con lágrimas el techo sin pintar. Ella le acarició el pecho y le dio un beso en la mejilla. Anónimo desvió la mirada hacia el lado contrario. Alejandra arrojó la sábana fuera de la cama, quedando los dos desnudos, acostados e inmóviles. Se decidió y se levantó, pasando una pierna al otro costado de él. Sus facciones no reaccionaron en ninguna forma, y entonces ella comenzó a hacerle el amor, suave, sutilmente, casi con cariño.

Despertó cuando él la empujó hacia el otro lado de la cama. Se había quedado dormida sobre él. Tomó su reloj del suelo y checó la hora. Ya era de madrugada: seis y veinte. El anónimo ya había comenzado a vestirse sin pudor a lado de la cama. Ella lo miró con sus ojos enrimelados hasta que se puso la corbata.
—Te doy quinientos pesos, ¿está bien? —le dijo mientras sacaba dinero de la cartera y hacía unas breves cuentas mentalmente.
—No —respondió ella alarmada, pero él lo interpretó como objeción y sacó otro billete de doscientos, puso el dinero sobre el buró y se dispuso a salir.
—¡No! —repitió ella saliendo precipitadamente de la cama, sin preocuparse de si estaba vestida o no. Tomó los billetes y se los puso en el bolsillo del saco. Extrañado, sacó los billetes del bolsillo y la observó con los ojos llorosos. Le acarició el cuello y la atrajo hacia sí, dándole un beso suave, mientras le acariciaba la espalda y el pelo.
Al separarse, ambos tenían lágrimas en los ojos, pero ninguno quería que el otro las viese. Le dio un beso en la frente a modo de despedida, y al salir le dijo con una sonrisa
—Vístete —a modo de reproche, al verla desnuda en medio del cuarto, y cerró la puerta. Ella se observó en medio del cuarto, desnuda, con lágrimas en los ojos y pensando en el hombre que acababa de salir. Se rió muy bajo, y al agacharse por su ropa, le cayó algo del pelo. Eran los billetes. Setecientos pesos. Corrió a la puerta y al brincar hacia el pasillo se acordó que estaba desnuda. Regresó rápido al cuarto, abrió la ventana, se asomó a buscar al anónimo, y sólo alcanzó a ver cómo éste abordaba un taxi y se perdía en la selva de asfalto. Se vistió con los billetes en la mano y al salir, volvió la mirada hacia la cama destendida, sonrió y cerró la puerta tras de sí.


21 de Noviembre de 1998. Zinapécuaro, Mich.

2 comentarios:

Alexa W dijo...

Me gustó, definitivamente.


Por cierto... no hay link en tu blog para "seguirlo", no lo puedes poner en la barra? Gracias.

Alexa W dijo...

Bah! ya lo hice porque no estoy taaaan mensa, pero.. podría ser buena idea ponerlo.